¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de México, Septiembre 1 del 2016.
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.
(24)
CESAREA DE PALESTINA
Cesarea de Palestina, Provincia de Iudae
Iulius XIV
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
Dos mil millas cuadradas es el área que cubre esta magnífica ciudad en honor de Octavio César Augusto; tiene todo lo que uno pudiera desear para una ciudad ideal: templos, edificios públicos, biblioteca, oficinas, teatro, casas habitación uni-familiares y multifamiliares; acueducto, drenaje, baños con termas; en fin, en todo pensó Herodes el Grande para animar a los romanos a asentarse aquí de forma definitiva. La muralla y las torres que rodean el perímetro de la ciudad son de más de seis metros de altura y de cuatro millas de largo, dejando el resto del perímetro al Mare Nostrum. El puerto y sus instalaciones, ni siquiera Ostia las tiene como Cesarea de Palestina: faro, muelles, marina, dique de fondeo, un largo espigón (para contener las mareas), de medio estadio de largo; plazas de desembarco y de manifestación; instalaciones militares y caballerizas; avenidas y calles empedradas tan parejas y bien niveladas, que no importa la lluvia el sol o el viento, pueden ser usadas durante todo el año.
Diez años se tardaron en construir esta “Pequeña Roma”, y además, solo para los romanos; aquí no vive un solo iudaicus. Es una ciudad fortificada que muy difícilmente podría ser arrebatada al Ejército Imperial. En este lugar están estacionadas dos Legiones completas y una división de ecuestres, lo que conjuntamente son una fuerza de defensa y ataque muy completa. Por mar Roma está solo a diez días y por tierra se cubre el territorio de Palestina en una jornada en caballo; bien sea hacia Syria, en el Septentrio; o hacia Ægyptus en la zona Meridional. Aquí viven más de veinte mil personas entre militares, las familias de muchos de ellos, comerciantes relacionados con el Ejército Imperial y samaritanos que han querido aprovechar toda esta modernidad construida para beneficio de la cultura de muchas naciones. Creo que ni los romanos lo pudimos haber hecho mejor, y este es apenas el primer puerto Iudaicus en toda su historia; tienen cien millas de costa al Mare Nostrum y ellos no son navegantes en lo absoluto. Muchas veces me pregunto qué pasa por la mente del pueblo iudarum, porque sus decisiones a nivel nación, ciertamente son incomprensibles.
Después de la tormenta de ayer, la única que nos tocó durante todo el viaje, estábamos más cerca de Sidón en Fenicia, que de Cesarea; el Præfecto Silenio ha tenido que usar toda su experiencia para traernos a salvo durante la noche, hasta fondear frente al puerto, y esperar la luz del día para poder atracar. Realmente creo que pasarán cientos de años antes de que se puedan construir naves más versátiles, resistentes y confiables como la “Liburna Christina”; estos griegos son magníficos constructores de navis; de regreso a Capreæ pararemos en Canea, en Creta, para felicitar a Sóstenes de Kirítis por su sobresaliente obra.
Las misivas citatorias para el Tribunus Legatus de Asia, Lauro Pietralterra y para Poncio Pilatus, Procurador de Iudae, fueron firmadas personalmente por Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum, y entregadas de forma directa por la Guardia Pretoriana hace dos semanas; ellos ya están aquí en Cesarea de Palestina y nos harán los honores de bienvenida encabezando a las tropas del Ejército Imperial. Estos son actos de rigor que deben realizarse, ya que ante todo está la imagen de unidad que todas las fuerzas armadas y sus Jefes Supremos deben reflejar ente propios y extraños; Tiberio César castiga muy severamente las indisciplinas, sublevaciones o traiciones; y en la misma medida son Calígula y Claudio. Dado que en esta ocasión no hay población civil para la cual hacer ninguna forma de demostración, solo me limitaré a revisar las guardias de honor; simple protocolo.
Por supuesto que la situación es sumamente tensa, ya que mi visita no es una ‘cortesía’, ni se trata de una estancia común; siempre que alguien es designado por el Emperador como Plenipotenciario en él, se puede estar seguro de que hay problemas graves y que serán resueltos de inmediato sin importar puestos, nombres o número de personas involucradas. Desde hace una semana están estacionadas en este lugar mil Guardias Pretorianos que reportan a mis órdenes directamente; son soldados del Emperador de la mejor calidad de combate que uno pueda desear, como mis Centurios; comprobada obediencia y fidelidad al Imperio; y capaces de morir en cumplimiento de sus ordenanzas.
Los excesos de poder, las maquinaciones perniciosas en contra del orden militar o civil del Imperio Romano generan muy comúnmente estas ocasiones de tensión; si en cualquier momento Poncio Pilatus, Procurador de Iudae o Lauro Pietralterra, Tribunus Legatus de Asia, con sus tropas, quisieran contravenir alguna de mis instrucciones, se desataría un enfrentamiento militar interno, una sublevación al mando, que solo podría ser detenido con la eliminación mortal de ellos, o de nosotros, en su caso.
Todos lo sabemos, todos estamos a la expectativa de los acontecimientos, a la reacción de cada uno de los involucrados; y esto se definirá al momento en que yo desembarque y sea recibido por los Máximos Jerarcas en este lugar: Pietralterra y Pilatus. Yo tengo que presentarme armado y con mi escolta en orden de ataque inmediato, si fuese necesario; ellos deben estar desarmados y sin acompañantes de ninguna clase. Si esto no se da, el enfrentamiento es inevitable, los guardias pretorianos empezarían a matar gente; primero los hombres de mando y oficiales e inmediatamente después a tropas de segundo y tercer rango, según se presente la oposición.
La “Liburna Christina” está preparada para el combate con todos los hombres en sus puestos de ataque. Si yo soy agredido, herido o muerto, Tadeus, mi Asistente, tomaría el control militar hasta reducir a los insurrectos o morir en su intento. De aquí solo podemos salir victoriosos o muertos; ya no quedan más opciones.
Hay más de tres mil Soldados Legionarios en las Plazas de los Templos y en los muelles, y sin embargo, el silencio es abrumador; el Præfecto de Navis Abdera maniobra la embarcación entrando al dique de fondeo del puerto de Cesarea de Palestina, deteniéndola en el lado izquierdo del muelle del faro, con el costado a babor de la “Liburna Christina” pegado a él. Descienden presurosos seis de mis Centuriones y toman sus puestos; desembarco yo, y de inmediato lo hacen Tadeus y los otros seis hombres de la escolta. Nos han dejado el muelle libre, pues Lauro Pietralterra y Poncio Pilatus, nos esperan parados en la calzada principal que se continúa exactamente con el muelle, entre los Templos de Augusto César y Iuppiter. Detrás de ellos están las tropas perfectamente formadas, a la dextra el Ejército del Procurador en cantidad de dos mil hombres; a la sinistra la Guardia pretoriana que son mil. Todo parece conveniente, pues hemos atracado, desembarcado y nos disponemos a ir hacia ellos y todo es favorable para nosotros.
Yo visto con el uniforme militar de gala que mi investidura demanda, con cathafracta y cassis de hierro pulidos a reflejo; y crista de plumas y capa blancos; Tadeus porta el uniforme de Præfecto Pretoriano en Mandatus, color gris. Lauro Pietralterra tiene el mismo uniforme que yo, pero sin pulir, y ha cambiado el color de su capa y cresta del casco por el púrpura, que es el mismo rojo encendido que usa Poncio Pilatus en su carácter de General Magíster Legionario. Nadie más tiene nada blanco en sus insignias en todos los que estamos reunidos allí, salvo yo; ese es el distintivo visual preponderante. Yo podría ser fácil blanco de un arquero o un ballestero, ese es el riesgo; sin embargo, todos los presentes han de saber quién es el Pilus Primus al Mando, quién tiene la supremacía del poder en el momento.
Marchamos hacia donde ellos se encuentran y justo antes de llegar, se detiene mi escolta cediéndonos el paso a Tadeus y a mí quienes nos detenemos a cinco pies de distancia de nuestros ‘anfitriones’. Éstos, en ese instante saludan:
– ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!, gritan a todo pulmón los dos Comandantes, y nosotros respondemos:
– ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!
– ¡Ave César Tribunus Legatus Plenipotenciario Veritelius de Garlla!, me dicen como distinción.
– ¡Ave César!, les contesto yo, al momento en que se adelanta Lauro Pietralterra para saludarme con el abrazo militar romano; siguiéndole al instante Poncio Pilatus.
– Agradezco su presencia en esta ocasión y en este lugar, Tribunus Legatus Lauro Pietralterra; le digo a mi similar de mando, pero es mi deber informarle que su estancia aquí ya no es necesaria por orden del Emperador; no obstante, puede Usted permanecer el tiempo que juzgue necesario en total inhabilitamiento de sus poderes en la zona militar. Será un honor para mí su compañía en tan delicada encomienda que represento.
– Solo permaneceré el día de hoy, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla, será un honor compartir su presentación ante las autoridades de la Provincia de Iudae; me responde el hombre, consciente de mis insalvables obligaciones y órdenes.
– Le agradezco su comprensión y consideración, Tribunus Legatus Lauro Pietralterra; me siento muy honrado. Le contesto, al momento que volteo hacia Poncio Pilatus para decirle: –Usted me acompañará todo el tiempo, Procurador.
– ¡Al Mandato, Plenuspotenciarius!
Hay dos cuadrigas, una de hierro con corceles blancos y otra de madera con equs pura sangre, a las que subiremos para la revisión de tropas. Tadeus se va con el Tribunus Legatus Pietralterra, Pilatus conmigo. A paso muy lento el auriga que conduce nuestro vehículo rodea todas las formaciones y columnas de las plazas para pasar revista a las tropas. En todos los estandartes saludo. Aprovecho para informar a Poncio Pilatus de la incómoda situación que nos involucra a ambos:
– Procurador Pilatus, ¿sabe la razón de mi estancia en Iudae?, le pregunto.
– Sí, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla, sí la conozco; responde él.
– A partir de este momento está usted bajo arraigo in situs, sin confinación y sin privación de su libertad, condicionada a mis órdenes, Procurador Pilatus. Usted conoce perfectamente la metodología a la que me refiero.
– Sí, Señor, la conozco, responde el soldado.
– De mi parte serán respetados rigurosamente los procesos para este caso señalados, garantizándose de mi parte y del personal que me apoya, sus derechos como Ciudadano Romano, como Militar de Alto Rango del Ejército Imperial y como Hombre Público con Encargo del Pueblo del Imperio Romano. El Emperador solo ha pedido: Honoris, Legis, Iustitia.
– Y eso tendrá de parte mía, Tribunus Legatus, me responde el Procurador.
– La toma de testimonios inician el día de mañana mismo, Procurador Pilatus; espero que esté Usted presente, si es su deseo; le informo.
– Aquí estaré, Señor, para lo que Usted me necesite; pero quisiera permiso de su parte para ausentarme de tales indagaciones, Señor; solicita el fiel soldado, en obvio de su incomodidad.
– Permiso concedido, General Magíster Legionario, Pilatus, le respondo.
– ¿Todas las personas citadas están bajo custodia, Procurador?, cuestiono.
– Sí, Señor, incluyendo a los Sumos Sacerdotes Anás y Caifás, responde él.
En ese momento terminamos la revista de tropas y autorizo el toque con el cornus de órdenes, para el retiro en marcha ordenada de las tropas, ante lo cual todos inician sus movimientos.
Han dispuesto todo un edificio militar para nuestra estancia que durará varios días, quizás semanas; será custodiado por mi escolta personal y los Pretorianos que escojan mis Centuriones. Toda el área será zona de acceso restringido desde el momento en que nos instalemos allí; nadie podrá entrar sin autorización y nada de cuanto en ella exista podrá ser removido por personal desaprobado, so pena de castigo por motín o sedición militar; en pocas palabras: encarcelamiento con aislamiento inmediato. Hacia esas instalaciones nos dirigimos los tres militares en donde pondremos claras las posiciones de mando. Inicio con Poncio Pilatus:
– General Magíster Legionario Poncio Pilatus, a partir de este momento le son revocadas todas sus atribuciones como Procurador de la Provincia de Iudae, por orden expresa del Emperador Tiberio Julio César, de la cual entrego a Usted la misiva del Mandatum al respecto.
Sin embargo, en la ‘forma’, esto es, a la vista de propios y extraños, y por el bien de la paz del Imperio en la zona de Palestina, continuará con dicha investidura hasta su remoción definitiva.
Todos los asuntos militares serán atendidos y resueltos personalmente por el Tribunus Legatus Lauro Pietralterra o el General Legionario que él designe para tal encargo, quien deberá reportarse a esta plaza de Cesarea de Palestina de inmediato.
Por lo que se refiere a asuntos de gobierno, políticos y de impartición de justicia, éstos serán tomados por el Senador Silvio Bequani quien arribará a esta ciudad dentro de diez días, esto es, cuando le entregue él mismo a Usted la inhabilitación, de parte del Comité de Senadores para Procuradurías Provinciales, a su Cargo de Procurador de Iudae, que el mismo Senado aprobó en su oportunidad.
Debe quedar claro para ambos, Tribunus Legatus Lauro Pietralterra y General Magíster Legionario Poncio Pilatus, que en tanto no haya un nuevo Procurador designado, todas las decisiones habrán de tener mi autorización como Plenipotenciario del Caso.
Respondo sus dudas, en este momento, Señores.
– ¿Por qué será el Senador Silvio Bequani quien tome esas responsabili-dades, Plenipotenciario Veritelius de Garlla?
– Como Usted sabe, Tribunus Legatus Pietralterra, los Procuradores Provinciales son una encomienda de gobierno que solo puede autorizar y revocar el Senado Romano; ellos han decidido que sea él la persona quien momentáneamente se encargue de esos asuntos. Además, en su momento el Emperador Tiberio César así lo ha aceptado ya.
– ¿Cuál es mi situación real, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla?, pregunta Poncio Pilatus.
– Usted tiene tres opciones muy claras, Magíster Poncio Pilatus:
Primera – que renuncie al cargo de inmediato; lo cual sería poco conveniente por lo excesivamente conflictiva que se ha vuelto la zona bajo su mandato; amén del derramamiento inútil de sangre que ello generaría.
Segunda – que se inhabilite por enfermedad o por incapacidad; dejando este lugar de inmediato y aceptando un arraigo permanente en Roma.
Tercera – que Usted mismo se quite la vida.
Sin embargo, debo manifestarle nuevamente que la intención del Emperador Tiberio Julio César no es que usted muera, Procurador Pilatus; lo que él quiere es que haya Honoris, Legis, Iustitia; esto es, que se realice el juicio que sea necesario para restablecer el Honor del Ejército Imperial Romano; que se aplique el Derecho Romano en todos los afectados; y que el pueblo romano y la Provincia de Iudae, gocen de los beneficios de la justicia que están solicitando.
– Yo no he cometido ninguna de esas tres faltas, Plenipotenciario Veritelius de Garlla; refuta el angustiado hombre ante mi tajante respuesta.
– General Magíster Legionario Pilatus, Usted tendrá el juicio que se merece, como militar y como Procurador; así lo quiere el Emperador; habrá quien le acuse, que en este caso seré yo mismo; y Usted podrá defenderse de dichas acusaciones.
El silencio que se produce en el recinto privado en el que nos encontramos es impactante; ni siquiera se puede escuchar la respiración de cada uno. Rompo el desagradable momento haciendo la última pregunta.
– ¿Alguna cuestión más, Señores?, les digo, haciendo una muy breve pausa. Si no hay ninguna, esta reunión termina. ¡Ave César!; y me levanto para despedirles, respetando su investidura.
– ¡Ave César!, me responden ambos y se retiran.
La Historia la hemos empezado a escribir solo militares y no hemos derramado una sola gota de sangre. ¡Honor a Martis! Quedará claro que también en la militia nos entendemos con palabras de razón, no solo con las armas; aumentando así el honor y la gloria Castrense.
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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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