Hace 50 años, el espía “secreto” más famoso de la historia irrumpió en las salas de cine ganándole una partida de Baccarat a una valiente dama que, al preguntar sobre la identidad de su contrincante, escuchó por primera vez la escueta pero impecable carta de presentación: Bond, James Bond.
De tal forma, el personaje literario creado por Ian Fleming se convirtió en el protagonista de la saga mas larga y taquillera del arte cinematográfico ajustando sus ganancias a la inflación. 23 películas, más de 5 billones de euros recaudados, 6 actores, 11 directores, cientos de vehículos, mujeres, armas y litros de alcohol componen el mito.
“Skyfall”, la más reciente película del agente 007 del servicio de inteligencia secreto británico MI6 continúa la lucha por mantenerse actual mientras se ciñe a la tradición, como lo ha venido haciendo su protagonista desde que superara la primera década en las pantallas de cine.
El conjunto de películas producidas por la familia Broccoli constituye un documento inigualable de la historia del cine de acción y aventuras, los cambios culturales, sociales, la moda, tecnología y música a lo largo del tiempo.
No en pocas ocasiones dicho espejo ha sido un producto consciente de los involucrados en el rodaje, mientras que otras simplemente supuso un esfuerzo contagiado por la inercia.
En el caso de la película dirigida por el ganador del Oscar Sam Mendes es evidente la voluntad de homenaje y renovación inspirada por responder a la pregunta: ¿es todavía vigente un personaje que refleja claramente la época de la guerra fría?
La respuesta no sólo es afirmativa sino que además promueve un retorno a las raíces, a los valores humanos por encima de la tecnología o la innovación, a la capacidad de adaptación que proviene de la experiencia y la fuerza que otorga el pasado para enfrentar los peligros del futuro.
Durante la primera secuencia de la cinta, Bond es abatido mortalmente (no por primera vez y seguramente tampoco última). Dicho retiro forzoso lo lleva a cuestionarse la confianza que tiene en su trabajo y especialmente en M, su jefa y figura materna.
Las dudas son compartidas por los funcionarios gubernamentales que se niegan a aceptar una oficina repleta de agentes con licencia para matar. Ante eso, M se ve obligada a justificar sus acciones ante un tribunal disciplinario, dando pie a la secuencia que representa el corazón de la cinta, la lectura de las últimas líneas del poema Ulises de Tennyson: “corazones heroicos, debilitados por el tiempo y el destino, pero con una voluntad decidida a combatir, buscar, encontrar y no ceder”.
La nueva reencarnación de Q como un joven hacker capaz de destruir el mundo desde su cama con el simple tecleo de una computadora, se contrapone a un envejecido Bond que sólo se siente completo cuando está en el meollo de la acción. Su función: decidir cuando debe apretarse el gatillo.
Por otro lado, el equipo técnico retoma una narrativa visual más clásica, dejando a un lado los movimientos de cámara bruscos y violentos presentes en las últimas entregas para ofrecer escenas de acción coreografiadas sutilmente. Destaca la labor del director de fotografía Roger Deakins, quien no solo aporta elegancia y majestuosidad a las distintas localizaciones, sino que además es capaz de dar tensión y dramatismo a una escena de acecho donde todo está a la vista. Un laberinto de ventanas que reflejan las luces artificiales de Hong Kong.
En el final todas las piezas toman su lugar y el camino de renovación iniciado en “Casino Royale” se completa. Un Bond del siglo XXI renace por entre los escombros de la casa que lo vio nacer, del Aston Martin que le proporcionó refugio ante más de una persecución y de la Walther PPK que permitió dar cada tiro de gracia durante estas 5 décadas.