¡Alabado sea Jesucristo!
México, D.F., Octubre 29 del 2015
15.- “PARÁBOLA DEL SIERVO DESPIADADO”
(Mt 18, 23 – 35)
“Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.’ Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.
Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; lo agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes.’ Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: ‘Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.’ Pero él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía.
Al ver sus compañeros lo ocurrido, se estremecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: ‘Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me suplicaste. ¿No deberías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’ Y encolerizado su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.”
ACTOS DE PREPARACIÓN:
Ninguna razón existe en mi mente que pueda aclararme fehacientemente el Juicio de Dios. Solo aprovechando la Fe puedo conceptualizar este impresionante momento. En él, ganaré la vida eterna o perderé la existencia de mi alma. Así de simple, así de tajante, así de cierto.
Pero con la lucidez para el espíritu, que es la Fe, también llegó la Esperanza, que es el techo protector de mi corazón durante la tormenta.
Y como complemento indispensable, Dios me otorgó el Amor, modo final en que podré contactarme con mi Creador.
PETICIÓN:
Padre Santo, abre mi entendimiento y mi corazón para aceptar cuanto me digas en este momento de meditación contigo, pues requiero de ti para mi salvación, y yo, ¡realmente quiero salvarme!
EL TIEMPO Y EL LUGAR:
Poco días antes de este momento, ha tenido lugar “La Transfiguración”; ese impactante acontecimiento en que, al menos tres de sus Apóstoles, han visto su Gloria que es, aún mayor, que la de Moisés (La Ley) y Elías (Los Profetas).
Recientemente ha empezado el tercer año del Ministerio del Señor y durante dos años completos ha predicado el perdón como arma para vencer el mal. Esta parábola se las dice solo a sus discípulos; es el final de lo que conocemos como “El Discurso Eclesiástico”. Se encuentran nuevamente en Cafarnaúm, en donde, a una pregunta específica de Pedro, sobre “¿Cuántas veces tengo que perdonar las ofensas de mi hermano?” Jesús ha respondido “No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete”, haciendo ver con ello lo limitado de la Ley de Moisés al respecto, y lo amplísimo del mandato de perdón del Divino Maestro.
LOS PERSONAJES Y ELEMENTOS:
Quizá para mí, hombre del Siglo XXI, los personajes suenen hasta anticuados, pero hay que ver lo que representan. El Rey, que como el mismo Jesús lo indica, es el Reino de los Cielos. Los siervos, somos todos los que queremos llegar allá. La deuda, en la cantidad de diez mil talentos, una suma exorbitante, ejemplifica lo mucho que le debemos a Dios. El primer dictamen del Rey para que sea liquidada la deuda, muestra el perdón de Dios.
Implorar la misericordia de Dios, es lo único que me queda ante los parcos resultados de mis actos. La actitud del siervo deudor ante su propio deudor, es lo injusto de mis acciones. El juicio del Rey, es la sentencia que puedo propiciar ante Dios, por la falta de perdón al prójimo de mi parte.
MEDITACIÓN:
¡Si este pobre siervo, que soy yo, le debe a Dios doscientos sesenta mil kilos de oro (lo que son diez mil talentos), estoy realmente endeudado! Es lo que hoy puede llamarse ‘una deuda impagable’. No hay, pues, cómo le pague yo a Dios mi deuda. Y sin embargo, Dios está dispuesto a perdonármela, siempre y cuando yo haga lo mismo con las deudas que algunos tienen conmigo. ¡Y por supuesto que no estoy hablando de oro o dinero! Estoy hablando de perdonar a los que me causan mal intencionalmente, a los que me perjudican sin que siquiera se hayan dado cuenta, me refiero a los rencores escondidos con los que vivo.
Voy a hacer una síntesis de frases y oraciones. “En esto conocerán todos que son mis discípulos: en el amor que se den los unos a los otros.” Así enseñó Cristo. San Pablo le escribió en su Primera Carta a los Corintios (13,) que “. . .El amor no lleva cuentas del mal. . . El amor no acaba nunca. . .”, entonces: yo debo amar a mis hermanos sin límite, solo por llamarme cristiano. Así, amar al prójimo para mí, será perdonarlo siempre.
Amor y perdón, esos son los ingredientes que requiere mi relación con los demás; porque son también los componentes de la misericordia de Dios. San Juan fue más allá, cuando dijo: “. . . Dios es amor: y el que permanece en Dios, permanece en el amor.” (I Jn 4, 16)
Visto esto, aclarado que estoy endeudado con Dios hasta lo impagable (que es precisamente mi vida y los dones que he recibido), solo me queda empezar a revisar las listas de mis acreedores y deudores: mi familia, mi trabajo, mis amistades. Yo no puedo dirigirme al Señor en oración pidiéndole el perdón de mis faltas, si primero no tengo disposición de perdonar a los que han fallado conmigo.
Es una incongruencia solicitar la Misericordia de Dios, si no soy capaz de mostrarme compasivo con mis más próximos, con mi prójimo. La ejemplificación dada por el Señor (diez mil talentos que yo debo, contra cien denarios que me deben), es bastante clara como para que yo todavía aluda no entender. Igual que pido el perdón, debo perdonar. En la misma línea; en la misma dimensión; bajo las mismas prerrogativas.
Dice San Juan en su Primera Epístola (4, 20): “Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.” Con esto como antecedente y sabiendo que el amor es primero perdón, solo debo poner ‘manos a la obra’ y empezar a eliminar mi ‘lista negra’ de ‘a estos nunca los voy a perdonar’; porque “Con la vara que mida, seré medido.”
Pero que me quede muy claro, no es la materialidad de las deudas lo único que debo perdonar; al menos, no es lo más importante. Son las deudas morales, las que afectan mi espíritu o el alma de los demás, de las que más me he de preocupar. El perdón no abarca solamente las acciones físicas hechas o sufridas; eso es casi insignificante ante el daño espiritual de nuestra persona humana. Y no por la inmaterialidad de este tipo de acciones puedo llegar a pensar en lo intangible de su daño. Perdonar de corazón, es borrar el rencor de mi alma. Y esto no tiene materialidad alguna; es un acto de trascendencia que supera por mucho el espacio físico que ocupo con mi persona. Y Dios me medirá precisamente en la dimensión del alma, no en el tamaño del cuerpo.
FRUTO:
VOY A ESCRIBIR TRES PROPÓSITOS TANGIBLES Y ALCANZABLES QUE DEBERÁN CAMBIAR MI VIDA, A FIN DE SER UNA PERSONA CONGRUENTE ENTRE LO QUE ACABO DE APRENDER DE JESUCRISTO Y LO QUE DEBO HACER COMO UN DIGNO SEGUIDOR DEL SEÑOR.
1 (En mi familia)
2 (En mi círculo social y amistades)
3 (En mis actividades laborales o de negocios)
ORACIÓN A MARÍA:
Madre Santísima, tú que jamás guardaste rencor en tu corazón, perdonando a todos cuantos te ofendieron, ayúdame a encontrar la mejor forma de imitarte y lograr con ello el perdón de Dios de todos mis pecados.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
PADRENUESTRO – AVEMARÍA
En el nombre del Padre + y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.
Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.