EL VIAJE A EGIPTO (5de77)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 México, D.F., Julio 30 del 2014

 I.5.- EL VIAJE A EGIPTO                

(Mt 2, 13-15)

 “Cuando ellos se retiraron (Los Magos de Oriente), el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.’

Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del profeta; ‘De Egipto llamé a mi hijo.’”      

            El sapientísimo Leví de Cafarnaúm (San Mateo), amigo íntimo de Jesús de Nazaret desde su adolescencia, es el único que asienta este evento de la vida del Señor; y lo hace consciente de la importancia que encierra para El Niño Dios haber vivido estas jornadas de destierro, en una de las naciones más antisemitas desde tiempo inmemorial: Egipto. Hoy en día todavía se pueden ver y sentir las inclemencias del desierto, lo agresivo de la topografía del lugar y la ausencia, casi total, de vida vegetal o animal. La escasez de agua es impresionante. El paisaje es pétreo en su totalidad. ¡Aquí el acecho del Demonio será casi imposible de evitar!, pues este malvado ser, se aprovechará de todo cuanto tiene este inhóspito lugar.

            Una vez más, el ‘ángel del Señor’ ha tenido que intervenir para anticiparse a lo que Satanás está tramando contra el Redentor. La angustia de sus palabras es evidente, pues urge a José a una pronta movilización, la cual es, por supuesto, inesperada, además de temiblemente riesgosa.

            Hace dos mil años realizar un viaje como éstos, requería una preparación que podía tomar meses de trabajos muy duros y ahorros hasta el límite de las posibilidades. Más aún para aquellos que no tenían grandes recursos (como era el caso de José), amén del largo tiempo que se empleaba para recorrer el trayecto. Y aunque entre Jerusalén y el gran delta del Nilo no hay más de trescientos kilómetros en línea recta, esta distancia a pié o al lomo de un animal suele duplicarse por lo agreste del terreno, en donde los precipicios y desfiladeros hacen pendientes de más de trescientos metros de profundidad, con el agravante que son igual de difíciles para bajar que para subir.

            Si la jornada de camino a pié en un día, no es de más de quince kilómetros en este tipo de terreno, esto significa que a María y José (con Bebé recién nacido y todo), debió haberles tomado más de ¡cuarenta días con sus noches, haber llegado a tierras egipcias! Además, estos viajes se realizaban en caravanas, por lo que era muy importante mantener el paso y ritmo de sus desplazamientos, pues de manera contraria, uno podría quedarse solo en cualquier lugar del camino. Y esto, tenía riesgos muy grandes, a veces, mortales.

            Sin imaginar más contingencias que las inherentes a la Sagrada Familia, tan solo las situaciones descritas serían magníficas oportunidades para el Demonio, en su constante acecho sobre el Mesías. Fríos de noches invernales; vientos en rachados y tormentas de arena; ataques de fieras y animales salvajes; escasez de agua e insalubridad; todas pudieron ser condiciones inmejorables para atentar contra la vida de Dios Niño.

            El pequeño Bebé Emmanuel, solo habría tenido un par de semanas de nacido, y era, igual que todos los seres humanos, absolutamente dependiente de sus padres. Él así lo quiso, pero yo creo que nunca se imaginó hasta dónde iba a llegar el Demonio con los ataques en su contra.   Sin embargo, allí estaban María y José pendientes de cuidar “el Divino encargo” que el Señor les había mandado.

            ¡Benditos sean María y José! Que procuraron con tal vehemencia la vida de Jesús Niño, que pudieron conservarlo incólume durante todo este aciago viaje. ¡Cuánto habrán batallado estos Benditos de Dios para mantener alejado de Satanás al ‘indefenso’ Niño Dios que era su Hijo humano!

            Nada les sucedió. Ni Mateo, ni ninguno de los otros Evangelistas lo narra, y yo no voy a especular acerca de los acontecimientos. Pero de lo que sí estoy seguro, es que ninguna caravana viajó jamás, tan segura como ésta, de Jerusalén a las fronteras continentales de Egipto. Debió haber habido encima de ellos una miríada de ángeles del cielo cuidando al recién nacido Hijo de Dios como hombre; porque las oportunidades del Demonio para dañarle estaban muy a la mano, como nunca más se le iban a presentar.

            ¡Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos, María y José! Amén.

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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