¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de México, Junio 16 del 2016.
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.
(13)
EL VIAJE DE REGRESO
Insûla Capreæ, Iunius XXIII
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
La diana de la última vigilia nos reúne a todos en la fuente de Mercurius; algunos partimos, otros se quedan, pero todos tenemos muy claro qué hacer y por quién hacerlo en este “Christus Mandatus” que se está convirtiendo en una pasión. De todo lo que he recibido, solo me llevaré el estuche de cuero que contiene el ‘Juicio de Iesus Nazarenus’ que me entregó el mismísimo Tiberio César; tengo que analizarlo muy detenidamente y el viaje me dará el tiempo necesario. Doy mis últimas instrucciones a este ejército de servidores, colaboradores y militares que son ‘Novus Villa Garlla’, palpando lo emocionado y animosos que todos se encuentran por los eventos de la noche anterior:
– ¡Ave Tiberio Julio César, Divino Emperador!, les grito con fuerza.
– ¡Ave César!, me responden a coro todos.
– ¡Nuestra vida ya ha cambiado y para bien, por mandato del César! ¡Hagamos lo mejor de nuestra parte para lograr nuestros objetivos!, los animo a todos; dentro de diez días nos veremos aquí otra vez para continuar con nuestras labores, en tanto, todos tienen logros qué alcanzar; ¡Hagámoslo por el Divino Emperador Tiberio Julio César, por el Imperio de Roma y por los dioses que nos acompañan! ¡Ave César!
– ¡Ave César!, ¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!
El Sol está lanzando sus primeros rayos y nuestra labor inicial será poner a prueba la liburna y a su osado Præfecto de navis, el joven Silenio. Más de dos somos los ansiosos por hacernos a la mar, en realidad, todos los que hemos embarcado. De treinta remerii que eran, ahora hay cuarenta y cinco, que son los que se necesitan para realizar el empuje a remo de la gran nave con la misma distribución de labores que en la anterior liburna; quince remeros a la izquierda, quince a la derecha, quince descansando. Seguramente las tres velas también servirán en esta aventura. La brisa es buena, el cielo está brumoso y el avance será seguro. Todos tomamos nuestros puestos y se inician las voces de mando del hábil nauta Abdera; el tambor de ritmo hace sentir su sonido y vibraciones y la fastuosa nave inicia sus movimientos.
Hasta el puerto ha bajado el General Pretoriano Fitus Heriliano para despedirnos, deseándonos toda clase de parabienes, mismos que agradecemos y devolvemos en reciprocidad. Todo es emoción en la nave, la tripulación completa ha sido animada por su Prefecto, quien les ha transmitido el inmenso gusto de su contacto con el Emperador; todos a su manera, estamos llenos, henchidos de los bríos con que nos animó Tiberio César. Nada le falta a esta nave, ni siquiera los llamativos colores blanco y dorado que tenía la otra, solo para causar pena. Los nautas de velas por supuesto que también son más; se han multiplicado por dos y todos se preparan a la orden para desplegar los inmensos lienzos que tomarán el viento para empujar la embarcación.
Apenas dejamos la pequeña bahía de Capreæ y sentimos el aire fresco del mar abierto; a la orden dada, caen estrepitosamente las velas que se llenan de inmediato del ansiado viento. Los remeros se prodigan en dar impulso y poder colocar la nave en su mejor lugar; el Centurión del Mar Silenio Abdera no deja de gritar instrucciones a todos, las cuales son cumplidas de inmediato. Estamos llegando a la punta meridional poniente de la isla, en donde voltearemos a estribor hacia el Septentrio rumbo a Ostia. En lo alto del acantilado, justo en el Palacio de Poniente Meridional, se ven las siluetas de dos personas que nos saludan desde la cima: son Sóstenes Kirítis, el naviero Cretense y Camito Apión el Cireneo. Respondemos igualmente saludando nosotros levantando los brazos; y, a una orden dada por el audaz nauta, que no he entendido en sus palabras pero sí en su acción, todos los remos dejan el agua y en forma perpendicular a la misma, permanecen erguidos un instante en forma de saludo, cayendo después en vilo, hasta golpear la superficie de nuevo. Bello gesto, me ha gustado el saludo.
Silenio Abdera ha dejado el timón en manos de su contramaestre y ha bajado hasta donde yo estoy;
– ¡Ave César, Tribunus Legatus!, me saluda.
– ¡Ave César, Prefecto Silenio!; le respondo.
– Señor, como Usted sabe –me dice –, todas las embarcaciones tienen un nombre y es costumbre de la gente del mar ponérselo en el primer viaje que haga; igualmente, las velas deben tener un signo que nos identifique; dejando de ser blancas como son ahora. Le pediría que me diera el nombre de nuestra Nave, puesto que Usted es su máxima autoridad y me dijera el signo que usaremos en adelante.
– Con mucho gusto, Silenio, la llamaremos CHRISTINA, porque en ella realizaremos nuestros viajes para cumplir con el “Christus Mandatus” que tenemos; y su símbolo será por ahora, una línea formando un pez; para que nos reconozca Neptuno. ¿Te parece bien, Silenio?
– ¡Magnífico, Señor!
Estamos cruzando ahora la línea Septentrional de Capreæ, y empezamos a ver la parte de atrás del gran Templo de Júpiter, Juno y Minerva, con sus colosales dimensiones todo en mármol banco, sobre el Monte Solarum. Al pié del Templo podemos observar tres figuras humanas, son el Divino Tiberio César, que porta una gran bandera roja con el Águila Imperial, signo del Emperador; y está flanqueado por El Sacerdote Romano Theodorus Cautonia y por el Senador Flavio Nalterrum, despidiéndose de nosotros, a quienes igualmente saludamos con brazos y remos. Nuestra próxima parada será el Puerto de Ostia.
Con el cambio de temperatura provocado por el Sol, la brisa marina toma un impulso muy favorable para nuestras velas, por lo que los remeros han levantado sus largas y poderosas palas. La nave se desliza exquisitamente sobre las aguas, ganando distancia a favor de nuestra dirección; ya pronto Capreæ es un pequeño punto en el horizonte y el animoso Præfecto Silenio, no deja de gritar en parte órdenes y en parte exclamaciones jubilosas por el desempeño de su nave:
– ¡Esta Venturosa Nave solo necesitaba un nombre!, Tribunus Legatus, me grita desde el puesto de mando encima del camarote de popa; ¡parece impulsada por tritones y llevada a guarda en las manos de Neptuno! ¡Creo que le ha gustado llamarse CHRISTINA, Señor! vocifera el hombre lleno de emoción.
– Así parece Silenio; le contesto, en tanto el viento sigue su labor.
– En la travesía de ida tuvimos buenas ráfagas a barlovento, Señor, aunque con un poco de lluvia que hacía pesado nuestro avance; pero ahora no lloverá y el viento nos trae como en punta de flecha. Haremos muy buen tiempo en el trayecto, Tribunus Legatus. Hacia Capreæ hicimos cinco vigilias, Señor; si seguimos como hasta ahora, podremos llegar en cuatro a Ostia; y si es así, ya tengo qué contarles a mis nietos, Señor.
– Habrá más, Silenio, mucho más que les puedas contar, si los dioses nos lo permiten; le respondo al sagaz nauta.
Con mucho cuidado saco del fino estuche de piel, las hojas del “Iudicîum Iesus Nazarenus”; este juicio lo voy a leer tan detenidamente, que si fuese necesario, hasta me lo aprenderé de memoria. Esta será la primerísima labor que yo realice en el “Christus Mandatus”, para alivio de las preocupaciones de Tiberio César: el “Juicio de Poncio Pilatus”. Ningún militar del Ejército Imperial Romano debe permitirse ‘ser’ manejado por otro; no importa cuáles sean las circunstancias. Honor, esa es la salvaguarda más preciada en la milicia: “Honoraris mortis, semper meliorîs indignîtas vita”. (La muerte honorable siempre será mejor que la vida indigna). Eso lo sabemos todos los militares en activo o en reserva; a algunos les parece que puede haber otras formas; otros se animan a creer que lo que han hecho está bien; y hay hasta los que presumen impunidad. Eso no existe entre mis tropas (que son millones de hombres) y si aparece o se presenta, debe ser cortado de raíz ipso facto. Poncio Pilatus ha deshonrado al Ejército Imperial, al Emperador y al Imperio Romano; nada tiene qué estar haciendo vivo, pero nadie debe asesinarle; primero ha de ser deshonrado en su persona, en su nombre y en su recuerdo y luego morir. Honoris, Legis, Iustitia.
Es cierto que a ningún muerto le hace bien la justicia, pues ya está muerto; pero también es cierto que la honra de alguien debe ser restablecida, aún después de su muerte; pues la memoria en los vivos, trasciende nuestra existencia. Si de algo sirviera lo que haremos en este “Christus Mandatus” para Iesus Nazarenus, que sea para su memoria, para el honroso recuerdo de su existencia. Después de leída esta parodia de ‘juicio’, serán citados a comparecer ante mí en Cesarea de Palestina, antes del “Juicio a Poncio Pilatus”, las siguientes personas:
MILITARES ROMANOS A DECLARAR
A ‘I’, Militar Administrativo El Secretario de las Cortes Civiles y Militares
Régulo, Soldado Legionario El Centurión de la Guarnición Romana
A ‘II’, Soldado Legionario El Jefe de la Guardia de Castigos
Cassius, Soldado Legionario El Centurio de la Escuadra de Reos
AUTORIDADES CIVILES Y RELIGIOSAS A DECLARAR
Anás Sumo Sacerdote Judío
Caifás Sumo Sacerdote Judío
Herodes Antipas Tetrarca de Galilea y Perea
José de Arimatea Miembro del Consejo Judío
Qué oportuno fue Camito Apión al informarme que él conoce a Simón de Cirene, este hombre será fundamental en el Juicio contra nuestros Militares; lo haré viajar con nosotros hasta Cesarea de Palestina y Hierosolyma, (Yerushalayim como le dicen ellos), pues su testimonio es valiosísimo. Las misivas se redactarán como sigue:
Roma, Augusta; Urbe del Orbe, Iunius XXIII, del
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
El Nombre del Citado:
A efectos de llevar al cabo Audiencia de Declaraciones, se le cita a Usted (Nombre del Citado) a comparecer ante el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, Plenipotenciario de Tiberio Julio César, Emperador Romano, el día XVI de Iulius del Año XX del Reinado de Tiberio Julio César, en el Puerto de Cesarea de Palestina; a la hora III del día señalado.
Su ausencia será tomada como insurrección y desobediencia al César, y se le considerará reo de muerte.
¡Ave César!
Tribunus Legatus Veritelius de Garlla
Es casi es mediodía y a mí se me ha ido el tiempo leyendo y tratando de entender por qué se sucedieron las cosas según están descritas en esta relación del ‘juicio’; creo que lo importante será saber el entorno político, religioso y social del lugar y del momento en que se dieron estas situaciones. Antes de hablar siquiera una palabra con el Procurador Poncio Pilatus, tengo que recibir toda la información que haya disponible, de todas las personas involucradas. Aquí solo cuatro son mencionadas por su nombre y cuatro más se deducen; pero estoy seguro que debe haber muchas más que puedan ser útiles para esta importante investigación. No quiero, ni debo, cometer ningún error u omisión.
Tocan con mucha prudencia a la puerta del cubícûlum de la popa, en donde he estado ‘refugiado’ todo este tiempo para concentrarme en mis labores:
– ¡Ave César, Tribunus Legatus!, me dice Tadeus.
– ¡Ave César, Tadeus!, ¿qué se ofrece?, le digo.
– Es hora de comer, Señor; estamos exactamente a la mitad de distancia a Ostia y han pasado seis horas de nuestro último alimento, por lo que ha sido preparada la comida temprana, antes de llegar a Roma, Tribunus Legatus. ¿Nos quiere acompañar?, además, hay algo que debe ver.
La vela frontal ha sido pintada con brea, con el signo que le había sugerido a Silenio como nuestro; un pez, para ser aceptados por Neptuno; y realmente les ha quedado muy bien, me gusta como se ve.
– Es provisional, Tribunus Legatus, me dice el Prefecto, en Ostia haré que pongan la que definitivamente estará allí siempre; me gusta mucho la forma y el significado que Usted le dio, Señor.
– La comida es especial, Tribunus Legatus, añade Tadeus, pues todos queremos agradecerle habernos permitido hablar con el Emperador el día de ayer; realmente ha sido lo más cerca que hemos estado de la Gloria, Señor.
– Además, interrumpe el nauta Silenio, es la primera comida a bordo que se realiza en esta primorosa Liburna “CHRISTINA”, como la ha llamado Usted, Señor; y eso hace la ocasión muy especial.
– Bien, pues, les digo, vayamos a donde han servido los alimentos.
– ¡Ave César!, ¡Ave César!, ¡Ave César!, ¡Ave César!, repiten sin cesar todos los hombres de la tripulación, que se han parado bordeando la cubierta en su totalidad, animados y gustosos de la ocasión.
– ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar, Divinus Imperator! Les interrumpo con el más sonoro grito que puedo emitir.
– ¡Ave César!, ¡Ave Tribunus Legatus!, me responden a una sola voz.
– ¡Solo los dioses saben por qué estamos todos juntos, por qué somos nosotros los elegidos y qué será de nuestras vidas en el futuro!, les digo con voz firme; lo que a nosotros toca, es desempeñarnos de la mejor forma posible para agradarlos.
Los caminos de todas nuestras vidas, ellos han querido cruzarlos en estos momentos desconcertantes y gloriosos; nosotros solo somos una insignificante pieza de sus movimientos, pero debemos responder con la grandeza que ellos merecen. Todas estas emociones son plenamente naturales y debemos tomarlas como bendiciones divinas, pues pudieron haber sido otros los que las estarían viviendo; ¡pero somos nosotros las que las disfrutamos, por mandato de nuestros dioses! ¡Seamos, pues, dignos tan grande distinción! les encomio a todos.
– ¡Ave Tribunus Legatus Veritelius de Garlla! ¡Ave César!, corean todos.
La comida es toda marina y de excelente calidad, no puedo dejar de admirarme por ello; tanto es así, que llamo aparte a Tadeus y a Silenio y les pregunto que cómo han obtenido todo. Y la respuesta es más sorprendente aún: – ¡Ya estaba todo en la nave, Señor! – me dicen. Nosotros solo la hemos preparado. Ni duda cabe, pues, somos privilegiados.
– Yo tengo que aprender muchas cosas de Usted, Señor, me dice Silenio, como sus mandatos respecto del vino en las reuniones; pero a la gente del mar eso le costará mucho trabajo realizarlo.
– “Non memoria oscuratta est” (“Sin perder la conciencia”); si es a eso a lo que te refieres, Silenio, le digo, déjame aclararte que ese dominio de uno mismo no depende del trabajo que se desarrolle, ni si es en tierra o en el mar; eso depende del hombre. Ustedes ya no pertenecen a ninguna otra División del Ejército Imperial, ahora son un grupo especial de colaboración y apoyo para el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, así lo ha dispuesto nuestro Divino Emperador; yo no los escogí, lo hizo alguien más grande que yo; y por ello mismo, acato su disposición y orden. Ni tú, ni ninguno de tus hombres, ni ahora ni después, tiene justificados comportamientos indeseables o de perdición de la conciencia; somos seres humanos, no animales, sin importar si somos trabajadores de la tierra o del mar. El dominio de las pasiones personales, es el camino inicial del dominio de los demás. Tú no eres guía de todos estos nautas solo por tus conocimientos; lo eres porque eres capaz de gobernarlos. Si tú estás fuera de gobierno, ¿quién les gobernará a ellos? ¿Tu superior?, ¿Tu subalterno? No, Silenio, solo tú eres su líder, y el líder siempre ha de estar “Non memoria oscuratta est”. ¿Entendió soldado?
– Perfectamente, Tribunus Legatus; disculpe mi atrevimiento ‘aclaratorio’.
– ¿Quién está en el timón, Præfecto?, le inquiero al marino.
– El contramaestre, Señor, me responde.
– ¿Y ha bebido?, le vuelvo a preguntar.
– ¡Por supuesto que no, Tribunus Legatus! Ahora él está al comando; me responde inocentemente el joven nauta.
– No Præfecto, nadie está al comando de esta nave más que usted; a menos que esté muerto o esté herido e imposibilitado. La responsabilidad de qué suceda aquí, siempre será suya; no importa a quien se la encargue ‘por el momento’; no la puede delegar, ¿me entiende?; si usted decide irse a beber, por el ‘motivo’ que se le ocurra, y este hombre encalla o choca la nave, ¿es responsabilidad de él porque usted lo puso al comando? Por supuesto que no, Præfecto; lo que suceda porque usted ‘difiera’ o ‘reasigne’ sus propias responsabilidades, no lo libera del cargo de culpabilidad irresponsable, ¿entiende, marino?
– ¡Sí, Señor, entiendo perfectamente!
– ¿Quién está en el timón, Præfecto?, le pregunto de nuevo al nauta.
– El contramaestre, Señor; ¡pero yo sigo al comando, Tribunus Legatus!, responde el soldado habiendo entendido la lección.
– ¡Bien, Silenio Abdera!, ya nos vamos entendiendo, ¿verdad?
– Sí, Señor, perfectamente, me responde orondo el hombre; y en Tadeus y en mí arranca una grata sonrisa
– Y ahora, tal como dicen nuestros enemigos, les comento, a los cuales siempre derrotamos: “Vayamos, comamos y bebamos, que mañana no sabemos si podamos”; y ante la terriblemente equivocada frase, los tres reímos con fuerza y nos disponemos a comer y beber con prudencia.
El Ejército Imperial Romano en cada una de sus divisiones, es el reflejo directo de sus superiores al mando; eso se aprecia fácilmente desde las Centurias, las Manipulus y las Cohortes. Las Legiones son el vivo reflejo de sus Generales y las Fuerzas de un Tribunus, hablan mucho del modo de Comando que se ejerce; en Europa todos los hombres enlistados en las Armas Romanas saben cuál es el pensar de su Tribunus Legatus. Desafortunadamente el Imperio Romano es más que ‘simplemente Europa’, también hay África-Gaetulia y Asia Menor; pero allá vamos para poner orden, el orden de Tiberio Julio César.
Roma no ha llegado ha ser lo que es por la valentía de sus soldados, o por la osadía de sus comandantes, o por el arrojo de sus generales; por supuesto que las cualidades personales para la guerra cuentan, pero en el caso del Ejército Imperial Romano es la disciplina de la tropa, el apego del mando y la sapiencia de los estrategas, lo que hace la diferencia entre triunfar y vivir o perder y morir. Roma no es solamente una fuerza armada capaz de alcanzar la victoria, Roma es un ideal que busca la gloria. Y eso solo se logra si hay suficiente honor en sus hombres, vigorosa aplicación en sus leyes y expedita repartición de justicia. Esa es la razón por la que en Roma lo operarios, operan, operando; esto es, que el que deba hacer, lo haga; y el que lo que haga, lo ejecute íntegramente; para que el bien sea de todos.
Estamos arribando a Ostia al inicio de la primera vigilia, esto significa que hemos hecho ¡doce horas de trayecto!; realmente esta nave es superior a todas las que haya yo visto y abordado. Ya veremos el reporte de viaje del Silenio Abdera; en estos casos, los detalles son lo que cuenta. En el muelle nos esperan tres Centuriones con sus cabalgaduras y cuatro équidos para nosotros; iremos a Villa Veritas a atender los asuntos que hemos dejado para resolverse. Desde el cubícûlum de popa llamo al Præfecto de Navis para darle las instrucciones pertinentes, junto con Tadeus.
– ¡Ave César!, se presenta el hombre, y le digo:
– Aquí tiene nuestro itinerario para los próximos días; analícelo, anticípelo en sus acciones y tome sus decisiones de acuerdo a él. Hasta que yo le entregue otra tabulae con órdenes diferentes, éstas son las que rigen al momento. Le entrego cien aureus para el aprovisionamiento de la nave y para que Usted, ‘a título personal’, invite a su tripulación ‘a un día libre’ en reconocimiento a su labor. Vigílese de ser siempre comandante, Centurio Abdera; en dos días zarpamos a Genua y los quiero a todos en lista. También nosotros estamos en campaña, Silenio. ¿Alguna cuestión?
– ¡No, Señor, todo está muy claro!, ¡Gracias Tribunus Legatus!
ITINERARIO DEL PRIMER VIAJE DE
LA LIBURNA “CHRISTINA” DE
VERITELIUS DE GARLLA A
OSTIA Y GENUA Y REGRESO A CAPREÆ
MILLAS
FECHA SALE DE LLEGA A Romanas DIAS
23 Iunius Capreæ Ostia 146 .5
24 Iunius Estancia en Roma 1
25 Iunius Ostia Genua 277 2
27 Iunius Genua Mediolanum 80 1
30 Iunius Estancia en Villa Garlla 3
31 Iunius Mediolanum Tortonus 40 1
01 Iulius Tortonus Genua 40 1
02 Iulius Genua - Ostia Capreæ 423 3
– Igualmente, Præfecto de Navis Silenio Abdera, le estoy entregando la relación de armas que deben ser instaladas en la liburna “Christina” mañana mismo; y que le proporcionarán en el muelle y estancia militar de Ostia. Esta es una embarcación de guerra y por lo tanto, la nave estará habilitada con las mejores armas que tiene el Ejército Imperial Romano para estos casos: ballestas móviles de flechas cortas, una por cada dos hombres; tres ballestas fijas a babor y estribor, que disparan grandes lanzas y más de una a la vez; dos catapultas de proa y popa para arrojar contenidos incendiarios; veinte cubos con cuerdas para sacar agua del mar y apagar incendios a bordo; dagas y espadas cortas, así como escudos metálicos pequeños para toda la tripulación para el combate cuerpo a cuerpo. El Comandante de Navis en la base le dará todas las indicaciones que deben seguir Usted y sus hombres para el asunto. Tendrán ayuda, pero todos sus hombres han de aprender cómo se manejan esas armas. Ese es su trabajo de mañana, Nauta Abdera.
– ¿Ha comprendido?, Silenio.
– ¡Sí, Señor!
– Sobre todo quiero que ponga especial atención en la instalación despliegue y repliegue de los escudos blindados laterales de la liburna, son dos enormes lienzos de cuero y metal que se izan de babor y estribor hacia los mástiles de vela con poleas múltiples; son una innovación que recientemente se han habilitado en nuestras naves. Puedes retirarte, Silenio ¡Ave César!
– ¡Ave César, Tribunus Legatus!
Ya ha sido suficiente; nada más haré que descansar en cuanto esté en Villa Veritas: un baño de therma, un masaje profundo, un poco de fruta antes de dormir y a descansar; mañana es el tiempo de revisión de pendientes de Roma.
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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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