EN LAGO COURBARUS Y . . . ROMA AL FIN (7)

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¡Alabado sea Jesucristo!

Ciudad de México, Mayo 5 del 2016.

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(7)

EN LAGO CORBARUS (camino a Roma)

Iunius XIX

Hemos llegado al Lago Corbarus, el cual sigue tan hermoso y tranquilo como el día en que lo conocí; fue en un viaje de niño con mi padre, algún día se los contaré.  He pasado por este lugar en muchas otras ocasiones y siempre procuro hacerlo un remanso en mi camino, igual que lo es para el Tiberis.  Bien sea que vaya de Roma hacia el Septentrio o venga desde allá hacia la Urbe, procuro pasar por aquí y disfrutar este jardín de dioses.  Hay pinos, cipreses y cedros; la hierba verde tiene más de diez tonos, que van desde la esmeralda traslúcida hasta el lirio antes de secarse;  las flores silvestres son innumerables y la variedad de colores parece mayor que los del iris después de la lluvia.  Desmontamos y, a pie, escogemos un claro sobre una pequeña loma que permite ver la amplitud del pequeño lago.  El agua aquí es una majestuosidad de azules, verdes y cafés, dependiendo de la profundidad y asentamiento del bendito líquido de los dioses; también depende de la época del año en que nos encontremos, época de lluvias, de secas o de nevadas eventuales.

Las viandas empiezan a ser bajadas de las ancas de nuestros corceles, siempre son lo mismo: queso, pan, vino y carne seca rebanada muy finamente; por lo regular, lo que se traiga para estas ocasiones se terminará por completo, somos tantos y con tanta hambre por el ejercicio del viaje, que nunca es suficiente y menos aún para que sobre.  Sin embargo, esto no es problema, en todas la fuerzas de armas del Ejército Imperial se instruye y se educa el reparto de la comida de forma que esta alcance para todos en porciones iguales; aquí es donde la gente de gran tamaño o acostumbrada a las comilonas sufre severamente, porque primero es en partes iguales; después más, si sobra.  Los quesos de leche de capra de Umbria y Etruria, son especialmente suculentos, ya que al ser añejados su sabor se concentra mucho más que los elaborados con leche vacuna; y el vino de estas laderas no tiene comparación en Italia, ‘quiante’ le llaman los etruscos. 

Este descanso nos hará muy bien, hemos hecho buen tiempo en nuestro trote; esta es una tercera parte del camino en distancia y de luz solar todavía no es medio día; nos sobran muchas horas.  Llegaremos a buen tiempo, si los dioses nos lo permiten.  Mis hombres están inquietos porque no saben, igual que yo, a qué he sido llamado a Roma; ninguno de ellos preguntará, por supuesto, pero es conveniente que sepan que la duda es generalizada, no solo de ellos.  Antes de montar para reanudar el camino, me levanto y les digo:

–       ¡Ave César, Ciudadanos Romanos!, de inmediato dejan todo lo que estuviesen haciendo, y atienden el llamado.

–       ¡Ave César, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, contestan todos.

–       Hace seis días que salimos de nuestra querida Villa Garlla, hemos recibido las noticias y gracias a los dioses, nada malo ha ocurrido, ni en mi casa ni en las suyas; hoy mismo llegaremos a Roma para atender la instrucción de presentarnos ante el Emperador Tiberio Julio César.  Igual que ustedes, tampoco yo sé la razón de nuestro viaje, pero fieles al servicio de nuestro supremo guía, y en beneficio de nuestras causas, llegaremos a ejecutar las órdenes que nos de Tiberio César. Ni siquiera imagino cuál puede ser nuestra encomienda, porque si es mía también es de ustedes, pero ello no importa, porque nosotros estamos prestos para ejecutar cuanta orden recibamos del Comandante Supremo del Ejército Imperial Romano.  Así, pues, todos con la duda de qué nos depara el destino, sigamos nuestro camino hasta Roma y ¡Ave César!

–       ¡Ave César!

–       Todos nos hospedaremos en Villa Veritas, nuestro domus en Roma; sigue siendo descanso de campaña, deberán estar listos con el toque de la diana de la última vigilia; uniforme de gala, ya que iremos a la casa del Senado en el Forum Romanum, después de lo cual, recibiremos nuestras ansiadas instrucciones y la encomienda a seguir. ¡Jefe Tadeus!

–       ¡Señor, a su mandato, Tribunus Legatus!

–       Mañana a la hora segunda, revisaré la escolta: hombres, bestias y armas; vigile la impecabilidad de todo.

–       ¡A su orden Tribunus Legatus!

–       ¡Ave César! ¡Vámonos!

–       ¡Ave César, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!

Montamos todos para seguir la guía segura que nos concede el Tiberis cause abajo; la aceptamos gustosos para disfrutar el galope, entre valles apenas sinuosos de tierra húmeda, excelente para cabalgar.  Llegaremos a las aguas más bajas de este gran río, solo contenido por el Colinar Latialis antes del mar, La Gran Urbe, La Magnífica Roma Imperialis, al toque de la diana de inicio de la segunda vigilia; excelente momento para un buen baño de therma, un masaje relajante, una cena ligera y un descanso protegido de Somnus, el dios griego del buen dormir y por su hijo Morfeo, el dios del sueño.

Cinco de las siete colinas de la Majestuosa Roma tocan al Río Tiberis en algún lugar de su paso señorial; la Quirinal y la Viminal al Septentrio, cuando el río entra a la ciudad; la Capitolina y la Palatina, al centro; y finalmente la Aventina, Australis, cuando fluye hacia el Mare Thyrrhenum; ni la Celia ni la Esquilina lo tocan; pero esas dos tienen las mejores vistas del gran río pasando entre su hermanas por toda la Urbe..  Yo tengo un Duomus clásico romano en la ribera de la falda del Quirinal que toca el Tiberis en pleno Campus Martius, viendo de frente, sin que nada lo tape, el Mausoleo de Augusto que mandó construir Tiberio César, con cuarenta y un columnas de mármol blanco levantadas en círculo; una por cada año de su reinado, y con un techo abovedado de treinta passus de diámetro.  Una construcción magnífica, como corresponde a quien honra.

Villa Veritas, es un domus de más de cien años de existencia; la construyó y perteneció a mi avus, el padre de mi madre, quien fue Senador de la República en tiempos de la Dictadura del Gran General Romano, Cayo Julio César; hay mucha historia que se podría contar de esos tiempos. 

Pero teniendo que afrontar los requerimientos de mi título como Tribunus Legatus, ha habido necesidad de ampliarla ‘convenientemente’ para su buena utilización.  La Villa Veritas, que debe su nombre a la fama de ‘hombre de verdad y sinceridad’ que se ganó mi abuelo en el Senado, (y que por haber nacido yo aquí mi nombre es Veritelius), está desplantada sobre un cuadrángulo regular de dos stadium por lado, en donde hay solo lo necesario para el desarrollo de mi rango militar. 

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FINALMENTE EN ROMA

Iunius XIX

Seis días de jornada completa cabalgando; los primeros dos como primus pilus, como corresponde a mi título y cargo en el Ejército Imperial; los siguientes dos como Centurión con mandato, a lo cual yo ya no estoy obligado; y los dos días finales como Mensajero de la Caballería Militar, que, en definitiva, no tengo por qué hacerlo; cubrieron el trayecto de tres mil estadium, desde Mediolanum hasta Roma.  Ciertamente agotador, sin incluir los ‘eventos’ que tuvimos que cubrir al paso de las poblaciones tan diversas que tocamos.  Aprovecharemos ‘en casa’ las tres vigilias que tenemos para descansar, porque, algo me lo dice, mañana empezará realmente nuestro viaje.

 

 

CAPÍTULO SEGUNDO

Honoris, Legis, Iustitia

 

Roma, Augusta; Urbe del Orbe

Iunius XX

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

Suena la diana del final de la cuarta vigilia, Tadeus está afuera de mi habitación preparado para su máxima responsabilidad: que su Tribunus Legatus esté impecable, listo para resistir todas las críticas de civiles y militares; de políticos y apolíticos; de sacerdotes e infieles. (Por cierto, tiene muchas otras funciones y responsabilidades, pero a él, a Tadeus, la que más le importa es que yo luzca inmejorable). Por todos esas filosas dagas destazadoras, pasa la presencia, la persona y la reputación de un primus pilus, más aún si éste es un Tribunus Legatus; lo que yo diga, lo que haga, como se vean mis reacciones corporales (tan solo con abrir o cerrar los ojos), seré criticado o alabado por todos mis interlocutores.  Ninguno de los que tenga enfrente dejará de emitir su propio comentario; todos se sienten dignos y con derecho de hablar respecto de mis decisiones u opiniones; y más aún respecto de mis acciones, aunque nada haga.

 

Yo no soy un hombre público de la política, soy un militar del más alto rango que existe en el Ejército Imperial; solo habemos tres Tribunus Legatus: uno en Cartago que es responsable de toda Gaetulia y África, desde Egipto hasta Mauretania Tingitania; uno en Asia Menor que abarca desde Illirucum y Dacia hasta Arabia; y yo, a quien corresponden todas las responsabilidades militares  desde Germania hasta Sicilia; y desde Britannia hasta Hispania, incluyendo todo el Mare Nostrum. Superior a esos tres, solo Tiberius Iulius Cæsar, Divinus Imperator Romanus. Pero aún con ello, el Senado, o el populus arengado, o los traidores, nos pueden quitar el título, el honor y el poder, ganado con méritos propios, de ser Tribunus Legatus. 

 

He venido a Roma porque me ha llamado mi Superioras Ordinis, el César; pero éste, lo ha hecho a través del Senado.  Esto significa de inmediato que el asunto puede ser militar, porque yo lo puedo atender; o político, pero relacionado con Jefes de la Milicia.  También deduzco que, tratándose de mí, el problema puede ser en África o en Asia Menor; siendo yo tomado como Iustus Iudex, o simplemente como un imparcial.  Así, pues, antes de ver y oír al Emperador, tengo que tomarle parte al Senado; así debe ser la forma, para llegar al fondo.  Esto también me deja claro que los senadores están muy preocupados con el acontecimiento, sea cual fuere, pues han aceptado mi intervención en el asunto que ya es del conocimiento de Tiberio César y de ellos.  Lo que me parece muy raro es que los Sacerdotes no se vean por ningún lugar en este embrollo.  En todo esto estoy pensando, cuando el terrible saludo de Tadeus me vuelve a la realidad:

–       ¡Ave César, Tribunus Legatus!

–       ¡Ave César, Tadeus!

–       Ha llegado una epistula desde Florentia, señor, y requiere respuesta.

–       Florentia, ¡claro!, los emissarii Ícaro y Galo; son noticias del Fariseo Misael de Cafarnaúm; tráelo pronto, Tadeus.

–       ¡A la orden Tribunus Legatus!

La nota fue entregada en el Cuartel de Florentia y ha sido enviada por mensajero de galope, esto es, mil trescientos estadios diarios; Florentia está a mil cuatrocientos estadios de aquí, eso significa que el hombre ha hecho la mitad del tiempo que nosotros hicimos en la misma distancia.  ¡Excelente!  La nota dice:

 

¡URGENS!

 

Florentia, Umbria, Iunius XIX, del

 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

        

         Tribunus Legatus Veritelius de Garlla:

                  

         Informamos desde esta plaza de Florentia que el Fariseo Misael de       Cafarnaúm viaja mañana (Augus XX) a Ariminum, desde donde         embarcará hacia Athenæ. Embarcamos también emissarii sin    equinos.  Favor de indicarnos         nuestro proceder y orden futura.

 

¡Ave César!

Ícaro y Galo, Emissarii

 

 

Respondo de inmediato la misiva para retroalimentación de información entre los emissarii y yo; que ellos sepan que yo sé, es lo que da seguridad a la información y a los hombres que la envían:

 

Roma, Augusta; Urbe del Orbe, Iunius XX, del

 Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

        

         Emissarii Ícaro y Galo:

         Información recibida.  Proceder correcto.  En siguiente informe   proporcionar nombres de gente contactada y costumbres del Fariseo    Misael de Cafarnaúm.  Reportar itinerario original de mar y tierra y        variaciones si las hay.  Reporten de inmediato su arribo a cada cuartel        militar con instrucción de avisarme en el mismo día.

        

                                                                  ¡Ave César!

                                               Tribunus Legatus Veritelius de Garlla

 

Cuando uno está en ‘comisión’, lo más importante es la información que pueda proporcionar a sus superiores; y lo más importante de la información, es que sea oportuna y veraz.  Los archivos de las ‘mandatum’ en el Ejército Imperial, son la base para la toma de decisiones de futuras acciones; ya sea que se trate de nuevas incursiones, reforzar tropas, asegurar defensas, ‘et cetéra’, etc. El archivo o ‘tabularium’ que hoy se inicia, nadie sabe cuánto crecerá, ni cuánto durará.

–       ¡Tadeus, entrega mi respuesta al tabellarius para entrega urgente!

–       ¡A la orden Tribunus Legatus!

En esta finca se turna cada mes, una escuadra de doce Legionarios que tengan posibilidad de ascenso a Centurión, Cohors o Magíster; la biblioteca que posee la Villa Veritas, está a disposición del militar de alto rango que desee utilizarla en beneficio del entrenamiento de esos hombres; por supuesto, el ‘bibliothecae praefectus’, Domiciano Alves, quien es un General Legionario retirado, lleva un meticuloso control de cuanto sucede en este lugar en mi ausencia, y aún en mi presencia, pues los documentos aquí guardados son oro puro para el Ejército Imperial Romano. 

 

Es un mes completo en el que estudian, comen y duermen en los apartamentos de Centurios de la Villa y que transcurre entre prácticas de tácticas militares, tomando como base los registros escritos de las grandes batallas de los Insignes Generales del Ejército Imperial y los modelos de campos de batalla a escala que han sido reproducidos para su análisis.  Una verdadera escuela militar para oficiales de alto rango.  Él, Domiciano, es en Villa Veritas el oficial de más alto rango y es quien me reporta las novedades de tropa, así como los acontecimientos políticos más sobresalientes.

 

La primera noticia que me ha dado es que Tiberio César no se encuentra en Roma; tampoco se sabe dónde está.  La segunda es respecto de mi comisión especial: se ha formado un círculo muy selecto de cinco Senadores, que son los que me atenderán.  La tercera es verdaderamente extraña: han venido a Roma un grupo de judíos romanos que estuvieron en Hierosolyma, en el Templo mismo para las fiestas religiosas de su pueblo, y han solicitado al César y a los Senadores su intervención para aclarar el asesinato de un tal Iesus Nazarenus, que ha permitido el Gobernador de Iudae.  Éstos han llegado hasta la Urbe, con el apoyo económico y con misivas firmadas de personajes importantes de muchas regiones y provincias del Imperio.  Piden que se haga justicia, al amparo de la Lex Romana.  La reunión con los senadores, encabezados por el Senador Flavio Nalterrum, está prevista para el mediodía.

 

Me dirijo a la plaza de la caballeriza y la armería de la Villa, en donde pasaré revista a todos los hombres que haya aquí.  En total, son: un General Legionario de Instrucción; doce Cohors que tendrán ascenso a Magíster; los doce hombres de mi escuadra; seis Legionarios permanentes de vigilancia y Tadeus, mi asistente.  Treinta y dos personas de alto nivel de calificación de la militia, perfectamente uniformados con las armas y arreos que competen a sus cargos; todos lucen maravillosamente, amén del honor de poder presentarse ante la máxima autoridad militar del lugar para revisión. Después de los honores, platico con ellos brevemente; les pregunto, según su rango, sobre los sucesos de sus asignaciones, a lo que todos contestan gustosos lo pormenores más sobresalientes de acuerdo a sus propias percepciones.  Por supuesto, los más emocionados son los Jefes de Cohorte, que están en entrenamiento para recibir dignamente su ascenso a Magíster Legionario; están a punto de pasar de una actividad exclusiva de milicia, a una de ‘vida pública’, en la que pueden ser abiertamente criticados por sus acciones.  En pocas palabras, perderán su intimidad; todo cuanto hagan podrá ser expuesto a conocimiento del populus.

 

A mí, solo me acompañarán Tadeus, mi asistente, y cuatro Centurios, todos vestidos de Guardias Pretorianos, pues en Roma solo ellos están autorizados para vestir uniformados y portar armas; los demás quedarán en Villa Veritas en atención de orden, lo cual significa que todos seguiremos en ‘mandatum’; podremos partir de inmediato hacia cualquier lugar. Antes de salir hacia el Archivo y la Biblioteca del Senado, en donde me veré con Aurelio Sueto, a quien encargué por medio de una nota de correo que localizara todo lo relacionado a los Macabeos Judíos, hago la misma solicitud a Domiciano Alves, para que encuentre el registro de cualquier tipo de acontecimiento bélico entre el Imperio y esta gente.  Siempre lo he dicho y ahora lo repito: ‘la información, es la base de todo en la vida’.  Yo no sé qué me depare el destino, pero los hilos de los cabos se están empezando a unir.

 

Salimos de Villa Veritas y cabalgamos hacia el Meridionalis dejando el Campus Martius entre las faldas de las colinas Quirinal, Viminal y Capitolina; ello nos conduce ante esa magnificencia arquitectónica con sus templos, edificios, arcos, plazas y columnas en mármol blanco, esculpido hasta la perfección, que son el Forum Imperialis y el Forum  Romanum.  Al centro de estas estupendas edificaciones, está el Templum Veneris Genitricis, la obra máxima de Julio César, frente al cual Augusto César erigió uno más espectacular aún, el Templum Martis.  Nosotros vamos hasta el edificio del fondo, justo antes de la gran vista que deja el Circo Capitolino, en el fin del Monte Palatino y el principio del Monte Aventino, la “Tabularium”, donde se guardan los registros centenarios de Roma; aquí haré la misma solicitud, solo que de este lugar los documentos no pueden salir, solo pueden ser consultados ‘in situ’, o bien, contratar a un ‘copista’ autorizado para que copie las ‘tabulas’ que uno necesita; y eso, a veces, lleva mucho tiempo.  Sin embargo, el procedimiento tiene que ser seguido de esa manera, más aún si uno requiere de los escritos para ser consultados con frecuencia.  De cualquier forma esto sirve, pues nuestra biblioteca en Villa Veritas aumenta su acervo, no con asuntos de milicia, sino con documentos civiles; este trabajo, una vez terminado, será entregado en la Villa.

 

Nuestra siguiente parada es la Senatus Bibliothecae, ese recinto construido hace casi cien años, en pleno apogeo de la República; los Senadores lo mantienen impecable y funcionando.  Me da la impresión de que en esta construcción, permanecen ocultos sus sueños de devolver algún día el control del Gran Imperio Romano a los políticos, estos que nada hacen por el engrandecimiento de los territorios controlados, pero que quieren influirlos con sus ideas, preceptos y leyes.  ¿Qué guardarán para nosotros las historias de los Macabeos?

–       ¡Ave Tiberio Julio César!, saludo cuando me presento en el gran salón principal que tiene el edificio.

–       ¡Ave César!, responden de inmediato, cuadrándose al saludo los guardias pretorianos que custodian la entrada.

–       Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, busco al Tribuno Aurelio Sueto; antes de que los hombres puedan hacer el intento de algo, aparece en su impecable toga blanca el Tribuno, caminando presuroso hacia mí.

–       ¡Honorabilísimo Tribunus Legatus!, dice el hombre; ¡Qué inmenso placer me causa el verle!  Hacía más de dos años que no tenía la oportunidad de saludarle; pase por favor, tengo sus encargos a la mano. Me ha hecho trabajar mucho, pero finalmente he logrado reunirle algunas ‘tabulas’ escritas en Latín Antiguo, que bien sé que para usted eso no es ninguna desventaja, de más de doscientos años.  Los hechos más recientes con estos bárbaros de Palestina, datan de nuestro queridísimo Cayo Julio César antes de su artero asesinato. (Todo eso dice el hombre caminando hacia su lugar de trabajo, en donde están los documentos que me facilitará). La Provincia de Judea ¿Qué no podríamos olvidarnos de esas tierras inservibles que solo causan problemas, Tribunus Legatus? Parece ser que ahora hasta Usted, tan reconocida autoridad militar entrará al escenario de este pedregal de problemas. . . y sigue hablando el hombre, como si estuviera solo.

–       Tribuno Aurelio Sueto, le interrumpo al fin, nadie ha dicho que yo me vaya  a involucrar en un asunto relacionado con los Macabeos, solo le he pedido la información para asegurarme de saber lo que necesito. . .

–       Sí Generalísimo de Generales, me interrumpe cuando todavía estoy hablando, ya lo sé: “Información, la base de todo en la vida”.  Cómo me acuerdo de esas palabras a cada instante; Usted me las decía en las campañas en Germania cuando yo era su ‘Chronographus’ regular. “El fiel registro de los acontecimientos de hoy, será la base para las sabias decisiones del mañana”; no se me olvidan sus sapientísimas frases Tribunus Legatus, ninguna de ellas.  Cuando tenga tiempo suficiente, voy a escribirlas todas juntas, con el significado valiosísimo que ellas tienen.  No sabe usted cuán agradecido vivo a los dioses por los días (años, creo), que tuve el honor de acompañarle en sus batallas; “¡La Gloria de Roma se está conformando!” Le gritaba usted a las tropas en combate; ¡Cómo olvidarlo Tribunus Legatus!  Hay miles de documentos en estos archivos, escritos por mí, cierto, pero de palabras suyas.  Y estoy muy orgulloso de ello, por que hoy son: ‘registro del pasado, actualidad de nuestros días y base del futuro’.  Si alguien sabe que los Hechos han de registrarse, es el Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, ¡He dicho!  Finalmente concluye el emocionado cronista.

–       ¡Vaya!, pensé que nunca se iba usted a callar; le digo sonriendo al hombre, quien de inmediato responde:

–       Mire, Tribunus Legatus, si hoy hablo mucho es solo en venganza de todos los años que Usted me mantuvo callado, solo escribiendo.  Las carcajadas brotan espontáneamente.

Los documentos que me está entregando este hombre, son información clasificada a la que solo algunos tenemos acceso.  Yo la puedo copiar, pero las ‘tabulae’ originales deben ser devueltas cuanto antes, a menos que el Senado autorice su reubicación a otra biblioteca autorizada, como la que existe en Villa Veritas.

–       Como son muchas las piezas, Tribunus Legatus, me dice el Tribuno Aurelio Sueto, me he permitido hacerle además un compendium que sea más fácil de leer para Usted; espero le sirva.

–       Estoy muy agradecido con la fineza de sus atenciones, la eficacia de su labor y el interés de su servicio –le expreso serio y firme– pronto estaremos en contacto para futuros requerimientos que nos demande el Imperio y su Divino Emperador; (en ese momento saco de mis alforjas un anillo de oro que dice ‘Veritas-Solum’ y le digo): Que este presente recuerde nuestra amistad, Tribuno Aurelio Sueto. ¡Ave César!

–       ¡Ave César, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!

Y, ahora, a la Curia Iulia, sede del Senado Romano; la cual físicamente es el centro geográfico de los Foros Imperial y Romano, y espiritualmente el corazón del Imperio; al menos, así lo manifiestan los senadores.  El edificio rectangular es magnífico desde el pórtico, impecablemente blanco y limpio; con sus ocho columnas de estilo romano, de fuste liso y capitel corintio, rematando al techo con hojas de higuera, labradas con exquisito gusto; la impresionante puerta de entrada, que pareciera requerir la fuerza de muchos hombres para cerrarla o abrirla, en madera de ciprés, entintada en marrón obscuro; y cruzando el umbral, el gran salón de sesiones del Senado: más mármol blanco en el piso, pulido hasta el reflejo y forrado de esa gran carpeta de tonos magenta, púrpura, blanco, verde  y añil; puesta allí para reducir el frío del pétreo piso. Las paredes de marquetería, de mármol de tantos colores que uno no podría ni imaginar, como vistiendo de manera elegante las salidas de los seis frontones falsos de mármol banco, como nichos esperando ser ocupados, que asoman en las pares Oriente y Poniente.  Y qué decir del techo, con sus plafones cuadrados de cedro rojo, profusamente tallados con guirnaldas, flores y cintas victoriosas; que al recibir la luz de las ventanas superiores, bailan su maravillosa danza de profundidades y sombras. Belleza, solo hermosura derrocharon sus constructores hace más de cincuenta años; y aquí sigue el edificio, inmutable al tiempo y a los hombres, con sus ideas, razones y sentimientos.

 

La sesión será extraordinaria, solo cinco senadores, que son la comisión designada, y yo, que seré el ejecutor de tal o tales hechos que serán  expuestos.  Los cuatro guardias pretorianos de la entrada, no se moverán de allí, serán vigías sordos y mudos de cuanto puedan llegar a escuchar.  Nadie más habrá en la Curia Iulia; me pregunto ¿qué tan importante es el asunto para tratarlo de esta forma?

–       ¡Ave César! ¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, me llama una voz desde el centro del salón de sesiones, hacia donde volteo de inmediato.

–       ¡Ave Tiberio Julio César!, ¡Honorable Senador Flavio Nalterrum, qué gusto me da verle!, contesto impostando el tono.

–       Pase, por favor, Tribunus Legatus; estaremos en el Salón Augusto del fondo, para mayor comodidad y privacidad. Le agradezco mucho que haya atendido con tanta prestancia mi nota, yo sé que a usted ya no debemos importunarlo para ningún asunto, pero solo seguimos la recomendación hecha por el Emperador Tiberius Iulius Cæsar.

–       Estoy a su mandato, Senador Nalterrum, al del Divino Tiberio César y al de Roma; le respondo mientras caminamos el largo salón hasta alcanzar el final del mismo, en donde se encuentra la Silla Curulis.

–       Ya nos esperan los senadores que me asistirán en el asunto que hoy nos ocupa; son cuatro y todos especialistas muy escogidos; me anticipa, en tanto hace el ademán de cederme el paso al interior del Salón Augusto, al cual tan pronto entro, saludo:

–       ¡Ave Tiberio Julio César!

–       ¡Ave César, Tribunus Legatus!, me contestan todos.

–       ¡Honorables Senadores! Presento a ustedes al Ciudadano Romano Veritelius de Garlla, Tribunus Legatus de nuestro Ejército Imperial Romano, desde hoy en comisión especial del Emperador Tiberio Julio César.

A todos les conozco; alguna vez en mi vida activa de Comandante Militar, algo tuve que ver con cada uno.  Seguramente Tiberio los ha escogido a todos; solo falta saber a qué se dedican ahora, lo que inicia haciendo el Senador Flavio Nalterrum:

–       El Honorable Senador Homero Suetonius de la Comisión de Credos, Doctrinas y Religiones, del Senado Romano. 

         El Honorable Senador Milos Piridión de la Comisión para Asia, Siria y Palestina del Senado Romano.

         El Honorable Senador Artemius Laericum de la Comisión de Honor y    Justicia Militar del Senado Romano.

         El Honorable Senador Silvio Bequani de la Comisión de Jurisprudencia          Provincial del Senado Romano.

Finalmente se empieza a aclarar el asunto.  Por las comisiones representadas (de las más de noventa que tiene el Senado Romano), el problema es el siguiente:

         “Un militar romano de alto rango, ha cometido una grave falta; en algún lugar de las provincias de Oriente, que ha ofendido seriamente a los cultos autorizados por el Senado”. 

No creo estar equivocado, pero esperaré pacientemente el proceso lento, tedioso y sinuoso que estos hombres de la política romana suelen realizar en estos casos. 

 

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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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