¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de México, Diciembre 29 del 2016.
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.
(40)
Ponto del Mare Nostrum
Augustus I
Año XXI del Reinado de Tiberio Julio César
EXPIACIONES
El día de ayer lo hemos dedicado a la oración, al ayuno y a la penitencia; ha sido, por decirlo de alguna manera, “El Yom ha-Kippurim del Christus Mandatus”. El Yom ha-Kippurim es el ‘día de la expiación’, la más sagrada de las efemérides iudaicus. Así lo señala el libro de “Va-Ikrá” (que quiere decir: ‘y llamó’), o Levitîcus, como le han renombrado griegos y latinos, porque su contenido es solamente de Leyes, Sacrificios y Ofrendas; todas esas cosas que solo le estaban asignadas a los sacerdotes del pueblo Israelí; en pocas palabras: ‘cosas de Levitas’. Y para mayor sorpresa de todos, este día en el calendario Hebraicus, es en los últimos días de Septembris y primeros días de Octobris, correspondientes al nuestro, exactamente un mes antes. ¿Casualidad, suerte, coincidencia? Yo definitivamente no creo en esas cosas; siempre me ha parecido mucho más explicable y entendible pensar que estamos expuestos a la mirada atenta y constante de los dioses, de Dios, que simplemente ‘pensar’ en la buena o mala suerte. Los dioses han trazado un camino, es cierto, pero nuestra vida lo recorre o no. Eso también es cierto.
Sin saberlo, pues, porque hasta hoy me lo ha hecho saber Nikko Fidias (que se está convirtiendo en un experto en asuntos iudaicus y hebraicus), nosotros estábamos en nuestro propio ‘día de la expiación’. Ya veremos qué respuesta nos tienen nuestros expertos en Capreæ: Tiberio, Theodorus, Tito y el mismísimo Gallio, el más pequeño de mis hijos varones. O tienen una explicación para esto; o tienen que formular una a partir de esto. Ni en la peor de mis batallas he sentido tan cerca la muerte; y me vino a ocurrir en el mar; único de los elementos contra el cual no podemos batallar (aunque tampoco podemos hacer mucho contra los otros tres: el viento, la tierra y el fuego en su estado natural): el agua, y más aún en estas cantidades, es simplemente invencible. En más de una religión el agua es símbolo de purificación, de limpieza del alma, de eliminación del mal; nosotros en este momento estamos limpísimos, yo diría que inmaculâtus, sin manchas, ni pecados; no tan solo por el agua, sino por la cantidad de ésta y su violencia. ¿Habrá sido nuestro ‘Bautismo’, ese del que hablan los Apóstoles? En la primera oportunidad que tenga se los voy a preguntar; yo con esta duda no me quedo.
Reghium está delante de nosotros, vamos a seguir de frente hasta Capreæ; si nos toca buen tiempo, llegaremos al anochecer; si no, no tenemos prisa, arribamos al amanecer.
Ponto del Mare Nostrum
Augustus II
Año XXI del Reinado de Tiberio Julio César
¡FINALMENTE INSÛLA CAPREÆ!
Cuando cruzamos el Fretum Siculum, esa pequeñísima franja de mar que dejan la Isla de Sicilia y la Península Itálica en Reghium, nos dimos cuenta que muchos árboles estaban arrancados de raíz, que las plantas habían sido golpeadas por un fortísimo viento; igual vimos cuando nos acercamos al Posidium, la saliente de tierra en donde termina el Golfo de Salernum, justo antes de divisar la Insûla de Capreæ; parece que algo muy grave pudo haber sucedido. Que ni nos cuenten; porque allá abajo, en el Ponto del Mare Nostrum, descendimos al Hades que domina Neptûnus; y casi le saludamos personalmente.
Es la tercera hora del día, se ven a lo lejos dos grandes humaredas en Capreæ; una se distingue en la parte Meridional Oriente y la otra parece ser en la Septentrional Poniente; la primera es cerca de la bahía de llegada, en el Templo de Neptûnus y Martis, la segunda pudiera ser en el Templo de Iuppiter, Minerva y Iuno. Eso es muy raro, espero no tener peores noticias que las ‘malas’ que supuestamente yo traigo. En la Bahía de la Crûpta Indicus están anclados muchas navis: hay galeras de guerra, embarcaciones mercantes y liburnas desde pequeñas hasta muy grandes; esto es señal de que hay una gran cantidad de gente en la Isla Imperial. Si no estoy equivocado en obvio de lo que veo, deduzco que han organizado una parada militar o un desfile civilis; le ordeno a Tadeus informe a toda la tripulación que descenderemos en uniformes de gala todos.
Entre tanta nave, han dejado suficiente espacio para que la “Liburna Christina” transcurra sin dificultad hasta el muelle principal de la marina; en efecto, hay tal cantidad de personas a cada lado de los caminos, que serían suficientes para colmar la Vía Imperialis del Foro en Roma. Siempre lo he dicho, los eventos más costosos que puedan organizarse en el Imperio son aquellos en los cuales algo tengan que las tres fuerzas de gobierno: El Emperador, El Senado y El Ejército Imperial. Muchas veces he tenido que autorizar grandes cantidades de ‘aureus’ para solventar los gastos que estas demostraciones representan; pero son buenas en todo caso.
Nunca he estado de acuerdo con el significado que se quiere dar a la celebérrima frase Republicana: “Al pueblo que nunca le falte pan y circo”; en el sentido de distraer con ello realidades fundamentales o errores de gobierno, pero creo que esta ocasión no se trata de eso; y no porque homenaje sea para nosotros, sino que se trata de una verdadera acción conjunta Emperador Senado Militia. Tal y como se lo reporté a Tiberius Iulius Cæsar, el comportamiento de todos en los eventos de Cesarea de Palestina, son dignos de la Pax Romana.
Mis hombres están muy emocionados, más aún los que nunca han participado en alguna de estas manifestaciones; esto es, las hechas en su honor, no en gloria de otros. Los más jóvenes son los más nerviosos, aunque Tadeus, Tremus, Ícaro y Diófanes también lo están y mucho. A mí generalmente estas paradas me emocionan mucho, pero esta ocasión me siento muy tranquilo, como con la paz que da el hecho de saber que se ha cumplido; sin vana gloria o con un infundado orgullo pernicioso, sino consciente de lo hecho y lo mucho que falta por hacerse.
Apenas tocamos tierra y somos levantados en hombros por fornidos hombres que nos llevan a cuadrigas adornadas, en las cuales seremos transportados por los caminos de la Insûla Capreæ Imperialis hasta la gran explanada del hermoso Templo de Iuppiter, Minerva y Iuno; allá donde empezó todo esto. El Senador Cayo Quinto Régulo, el Líder más reconocido del Senado Romano; y Fitus Heriliano, General en Jefe de la Guardia Pretoriana del César, me reciben apenas desembarco:
– ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar Imperator Maxîmum, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla!, me saluda el militar, ¡Siéntase como un gran Héroe de nuestra Militia Imperialis, así le reconocemos todos!
– ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!, le respondo y agrego: No es nuestro el mérito, General, solo hicimos lo que el César nos ha pedido, Præfecto Heriliano.
– ¡El Militaris Mágnum sin espada!, me dice el Senador, ¡Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, es probable que su nombre lo olvide la historia, pero su obra nunca será pasada por alto!
– ¡Ave César, Senador Cayo Quinto Régulo!, le agradezco sus palabras y su presencia en este lugar; le digo al venerable hombre.
Las cuadrigas casi no pueden circular en la estrecha vía, por la cantidad de personas que atiborran el camino; pasamos frente al Palacio Meridional Poniente y enfilamos hacia el Palacio del Centro, hay todo tipo de personas y personajes en el trayecto. Giramos a la izquierda y subimos la loma que nos llevará hasta el Templo de Septentrional Poniente, en donde nos esperan otras personalidades, encabezadas por supuesto, por nuestro anciano Emperador Tiberius Iulius Cæsar; están: Marco Cayo Agripa, Tribunus Legatus de África–Gætulia; Lauro Pietralterra, Tribunus Legatus de Asia Menor; Camito Apión, Procurador de Cyrenaica; Rulus Livio, Procurador de Ægyptus.
El improvisado, pero fuertemente construido, pódium que ha sido instalado frente al Templo de Iuppiter, Minerva y Iuno, tiene una sección especial con un gran letrero adornado con flores y guirnaldas de ramas de olivo y laurel que dice: “CENTURIA DEL CHRISTUS MANDATUS”. Todos mis hombres han sido colocados allí: remerii, nautas, centuriones y jefes; todos están juntos esperando ser homenajeados por sus esfuerzos y principalmente por sus logros. Cuando yo subo para reverenciar al César, la gritería es ensordecedora toda la gente, que es mucha, grita desaforada y emocionada. Toda mi familia, incluso los de Villa Garlla, está sentada junto al Emperador y su familia.
– ¡Verito!, ¡Verito!, ¡Verito!; ¡El Hombre del Christus Mandatus; qué grandes cosas te han permitido los dioses! ¡No sabes cuan feliz haces mi vida con tus logros!, me dice el gran hombre, al cual quiero como a un Pater, al momento en que me abraza con fuerza y besa mis mejillas un par de ocasiones, alternando diestra y siniestra.
– ¡¡Divinus Tiberius Iulius Cæsar, mi amado Imperator Maxîmum!!, alcanzo a contestar antes de que la emoción me venza; ¡¡El César ha Ordenado y así se ha hecho!!; le digo antes de que la voz sea consumida por un llanto pleno de felicidad y mis ojos abunden en lágrimas de emoción; y me estrecha con fuerza el César contra su pecho, tomando mi cabeza por la nuca y apretándola contra la suya rompiendo en llanto también.
Toda la concurrencia ha guardado un silencio estremecedor, a pesar de haber más de tres mil personas en el lugar; Claudio y Calígula han flanqueado al César en tanto éste se ha levantado para mi saludo y allí han permanecido inmóviles aguardando el acontecimiento. Cuando finalmente nos separamos Tiberio César y yo, les saludo a ellos con la consideración que siempre me ha merecido la familia imperial.
En ese momento veo que a sus espaldas ya esperan, todos llorando de emoción: mí amada esposa Lili, que es un mar de lágrimas, la cual al primer instante de oportunidad me abraza rodeando mi cuello con sus brazos, sin poder decir palabra alguna; mis cuatro hijos que la secundan y las cuatro diosas que los dioses me han regalado, mis pequeñas hijas a las que estrecho contra mi cuerpo. Todos me rodean, me abrazan y me acarician como pueden, aguardando mi atención personal a cada uno, que daré sin excepción y con todo mi amor.
Cando salimos a esta ‘campaña’, nadie sabía lo que iba a suceder, ni en lo bueno ni en lo malo; lo cual esto último, pudo haber sido desgarrador para Roma y su Imperio, para mi familia y para mí: pude haber muerto a manos de los que fueron sancionados. Se pudo haber presentado una insurrección dentro del Ejército, que hubiese sido nefasta para el Imperio. Nada de eso ha sucedido, y en cambio tenemos objetivos alcanzados en el bien, que superan hasta la más osada de nuestras imaginaciones. Cuando vuelvo de mis pensamientos a la escena que estamos viviendo, veo con gran gusto que mis hombres y sus familias también están fundidos en abrazos de felicidad y amor. Cada hombre ha sido coronado con guirnaldas por el mismísimo Emperador, estos días son presencia de por vida y así debe ser. ¡Ave César!, ¡Ave Christus Mandatus!
Bien ha dicho el Senador: que mi nombre se olvide, no importa; pero que el “Christus Mandatus” nunca deje de existir. Estoy de acuerdo.
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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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