¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de México, Octubre 13 del 2016.
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.
(30)
Cesarea de Palestina, Provincia de Iudae
Iulius XVII
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
GRAN REUNIÓN ‘DISCIPULAR’ (2)
Como sé que son judíos y no se recuestan cuando comen, he ordenado una mesa alta con sillas solium para cada uno; la parte larga la ocupamos el Apóstol Mateo, a quien he cedido el centro de la misma, José de Arimatea a su izquierda y yo a su derecha; a la izquierda de José están Fidelius y Cornelio y a mi derecha Tadeus y Nikko.
– Este no es mi lugar, Veritelius, me dice el Sanctus, que es lo que a mí me parece este hombre, pues el de más alto rango aquí no soy yo; es quien tiene el “Christus Mandatus”.
– Entonces estamos perfectamente sentados, le contesto sonriendo, al tiempo en que se presentan los sirvientes con las viandas; y en el acto se levantan todos (menos nosotros tres, que nos quedamos pasmados un instante), para escuchar al Apóstol:
– Bendícenos, Señor Iesus Christus, y bendice estos alimentos que dados por tu bondad vamos a tomar. Y dicen ellos al unísono, ¡Amén! Nosotros nos levantamos de inmediato; justo al momento en que ellos se sientan. Lo asíncrono de nuestros movimientos solo hace que yo diga un comentario en broma.
– Queda claro quiénes no somos ni iudaicus, ni estamos acostumbrados a sus hábitos; la risa es generalizada; sin embargo, me doy cuenta que nuestros dos Centuriones sí lo están, concluyo diciendo.
– Dar gracias a Dios por el alimento, dice Mateo, es algo que siempre debiéramos hacer, Veritelius.
– Estoy de acuerdo con ello, Apóstol Mateo; le contesto, pero quisiera saber lo ‘poco románica’ de las costumbres de mis Centuriones. ¿Usted lo podría explicar, Centurión Fidelius?, le pregunto al apenado soldado.
– Sí, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, con gusto; responde el hombre, es una tradición muy hebraicus la bendición de la mesa; una forma de agradecimiento sincero a Dios de lo que recibimos.
– ¿A cuál dios, Fidelius; le digo al soldado, a Ceres, diosa de los cereales; a Baco, dios del vino y la vegetación; o a Diana, diosa de la caza? Porque hoy de todo eso habrá en nuestra mesa; concluyo. Mateo con un ademán se adelanta a responderme.
– A Dios Padre, el único Dios verdadero, Veritelius; y a Su Hijo, Iesus Christus, que dio la vida por nosotros para el perdón de los pecados; y que con el Espíritu Santo nos ayuda a comprender todas estas cosas.
– ¿“Ya Havá Wé Hayá”?, le pregunto.
– Ese mismo, Veritelius, asiente sonriendo; ya veo que sus estudios sobre el Populus Isrâêli van ganando conocimiento, pero ése no será suficiente; tiene que aprender de Iesus Nazarenus y su Evangelio. Me responde el Apóstol con cierta sorpresa por mi contestación.
– Y de Él, ¿dónde leo, Apóstol Mateo?, inquiero tenazmente.
– ‘Nosotros’ predicaremos y enseñaremos todo lo que ha de saberse acerca de Él, Veritelius, para eso nos ha sido dado El Paráclito; para hacer discípulos del Señor en todos los pueblos, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; me responde con su abrumadora paz.
– Pero sería infinitamente mejor si estuviese escrito, Apóstol Mateo, le digo insistiendo, porque leyendo se multiplicarían las personas que escribiesen acerca de Iesus Nazarenus y su Evangelio; y podrían estar en muchos lugares a la vez; solo para esperar a que ‘ustedes’ llegase para bautizar.
Hoy el mundo tiene mejores métodos de información que los mensajeros o ‘la tradición oral’, Apóstol Mateo; hoy el latín y el griego son dos idiomas que todo el mundo habla y que también todos podemos escribir debido a su sencillez en la caligrafía; no como antes con las lenguas cuneiformes, como la suya, que es menester estudiar por muchísimo tiempo antes de poder ser autorizado a escribir con ella.
Además, las tabulari u hojas de papiro, pueden ser escritas con cualquier tinta existente en cualquier parte en que esté; no como sus pergaminos que requieren de toda una especialización que no se encuentra en todo lugar. Así funciona la información en el Imperio Romano, Apóstol Mateo, yo mismo la uso; dentro de una semana Tiberio César estará leyendo todo acerca de esta reunión, sin que él se mueva de Capreæ, en Italia, ni yo de Cesarea de Palestina
Imagínese cuán benéfico sería que sus vastísimos conocimientos acerca de Iesus Nazarenus, las tradiciones, los profetas y este nuevo Evangelio del que Usted me habla, pudiesen estar a la mano de la gente de Hispania o Britannia, al mismo tiempo que en Iudae o en Syria. ¡Sería maravilloso, Apóstol Mateo!; y eso es lo que me propongo hacer en el “Christus Mandatus”, porque eso es lo que quiere Tiberio Iulius Cæsar, que haya una forma de resarcir el mal cometido; porque ‘Lo hecho, hecho está’, como dijo mi estúpido subordinado Poncio Pilatus en ocasión del ‘juicio’ de Iesus Nazarenus; y eso, no podemos remediarlo como tal.
– Yo no tengo esos vastísimos conocimientos que dice Veritelius; además, ‘nosotros’ tenemos ya un plan de ejecución de nuestra labor. Me dice.
– ¡Claro que los tiene, Apóstol Mateo! Yo sé que los tiene, y Usted sabe que yo lo sé; insisto en mi planteamiento. Sé que estudió en las mejores Yeshiva para Escriba, pero harto de las confrontaciones estériles entre fariseos y saduceos decidió dedicarse a algo tan diametralmente opuesto como la Recaudación de Impuestos para el Imperio Romano; hasta que el Divino Rabbuni le llamó, Leví de Cafarnaúm, Hijo de Alfeo.
Usted sabe que se eso y muchas cosas más y yo jamás he estado en Cafarnaúm, Apóstol Mateo, simplemente he sido informado; o como decimos en el Imperio Romano: ‘aliquem alicuius rei’, o lo que es lo mismo, estar bien informado.
Además, El Parâclitus también obrará su parte, ¿no es así? Escribir no está en contra del plan que Ustedes tengan, al contrario, les ayudará muchísimo a realizarlo más eficazmente.
– Sin lugar a dudas, como siempre, el Señor ha escogido bien; se voltea el Apóstol a decirle a los de su lado izquierdo en la mesa; estamos en presencia de un “Apóstol Gentil” para beneficio del Evangelîum, también con cosas ‘buenas y nuevas’ para su multiplicación.
– Para mí, eso significa que acepta, lo cual le agradezco infinitamente, Apóstol Mateo; le respondo de inmediato. No sabe el gusto que me da poner a disposición de todos ‘ustedes’ los recursos autorizados por Tiberius Iulius Cæsar Imperator Maxîmum, para la difusión del “Christus Mandatus” en aras de la posteridad. Todas las generaciones por venir podrán leer el sentir de su propia vida en ese maravilloso libro que Usted escribirá, titulado: “EL EVANGELIO DE IESUS CHRISTUS SEGÚN MATEO DE CAFARNAÚM”. Usted escríbalo en Arameo para toda su gente; yo me encargaré de que sea copiado y traducido de inmediato en Latín y Griego para el resto del mundo. ¿Está Usted de acuerdo Apóstol Mateo?
– Lo estoy en principio, Veritelius; pero es algo que deben autorizar Simón Pedro y Los Doce, no solo yo.
– Las aprobaciones, mi queridísimo Apóstol Mateo, siempre vienen después de las decisiones tomadas. Le digo con mucho gusto; y le ordeno a Fidias: “–Nikko, que suban en el carruaje del Apóstol un millar de hojas de papiro y tinta y plumas suficiente para llenarlas de escritura –.
– ¡Al mandato, Tribunus Legatus!, responde el Centurión levantándose de inmediato para ejecutar la orden.
– Cada vez que Usted tenga diez hojas escritas, Apóstol Mateo, mándemelas, yo les daré el proceso de copia y traducción requerido. ¡Estoy feliz!, les digo y me levanto con la copa en la mano llena de vino para celebrarlo y grito: ¡Ave Divinus Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum! ¡Ave “Christus Mandatus”! Los dos hombres del lado izquierdo de mi mesa, ni se inmutan; los demás responden suavemente: ¡Ave César, Ave Christus Mandatus!
– ¿Qué dije mal?, volteo mirando al Apóstol Mateo, consciente de que he hecho algo impropio, pues sus caras así lo demuestran.
– Divino, solo el Señor nuestro Dios, Veritelius; me corrige el joven Apóstol y me quedo inmóvil ante su respuesta, con mi copa en la mano.
Esto último ha sido como un balde de agua helada ante mi encendida desnudez de mi emoción; medito un poco respecto de la sorpresiva contestación y rápidamente me doy cuenta de la equivocación: teocráticos desde siempre, uniteologales, Discípulos del Hijo de Dios y ellos mismos sanctus, no puedo esperar otra cosa; antes creo que me ha ido bien, pues no han tomado mi desliz con arrebato y retirarse. Queriendo borrar el incidente les digo:
– Hay mucho más de qué hablar, Fidelius y Cornelio; cuéntenme, qué debo saber yo de eso, le digo a los dos Centuriones.
Fidelio me narra detalladamente la ocasión en que conoció a Iesus Nazarenus en Cafarnaúm, cuando uno de sus criados había enfermado de repente y se había quedado paralítico; y cómo él, acercándose a Christus le había pedido que lo curara tan solo con decirlo. “–Yo tenía mucha esperanza en que eso podría suceder, ya que realmente creía que él era el Hijo de Dios, pues obraba portentosos milagros con la gente, especialmente los más necesitados y los menos favorecidos. Y sucedió, Tribunus Legatus; mi criado se curó del todo.”
Mateo asienta todo cuanto el Centurión dice, pues sucedió en su pueblo cuando el Christus empezó su Ministerio en Galilea. Y ahora es precisamente el Apóstol quien inicia su narración de cómo conoció a Iesus Nazarenus y cómo se hicieron amigos desde que él era pequeño en Cafarnaúm; de cómo platicaban todo lo que él aprendía en la Yeshiva de Hierosolyma, o en la Antioquia y hasta en la Éfeso, en Asia (allá donde es numerosa la diáspora iudaicus); y de cuántas diferencias había entre lo que los Rabbuni Fariseos o Saduceos interpretaban de la Ley y los Profetas para su conveniencia, y lo que realmente significaba de acuerdo con las explicaciones que le daba el Divino Maestro. También explica su proceder al enlistarse al cuerpo de Cobradores de Impuestos que encabezaba Zaqueo de Jericó; y cómo éste le maldecía cuando hablaba del Christus, y peor aún, cuando le informó que dejaba todo porque el Señor le había invitado a seguirle.
Toca el turno a Cornelio, habitante de Cesarea de Palestina, quien dice que más de una vez oyó al ‘Mashiaj’ predicando el Evangelio, con esa impresionante voz que tenía, que todos podíamos escucharle y entenderle perfectamente, pues ya fuera en arameo en griego o en latín, siempre hablaba con mucha propiedad y dicción de erudito.
– Pero el Señor nunca habló en otra lengua que no fuera arameo, corrige el joven Apóstol Mateo al Centurión.
– Sí Rabbuni Mateo, yo mismo le escuché, apunta nuevamente Cornelio.
– Es verdad lo que dices, Cornelio, tú escuchabas en latín, pero el Maestro solo hablaba en arameo; es como ahora sucede con el Parâclitus nosotros hablamos en una lengua, la que fuese mejor usar de acuerdo a la concurrencia, pero ellos escuchan en la propia, de manera que puedan entender correctamente.
– ¿Es eso posible que suceda? Intervengo ante tamaña duda.
– Para Dios no hay nada imposible, Veritelius; avienta la tajante respuesta el Apóstol Mateo; así nos decía el Sanctus Rabbuni.
Después del incidente, el Centurio Cornelio continúa narrando sus experiencias y cómo es que él aprendió a orar, según les enseñaba Iesus Nazarenus, pero lo más extraordinario es cómo lo que él pedía al Padre (bien fuese para él mismo, su familia o sus amigos íntimos), se cumplía en cabalidad.
– ¿Cómo es eso, le pregunto, usted le pide ‘algo’ al ‘Padre’ y Él se lo cumple cabalmente?
– Sí, así es, Veritelius, se adelanta a responder el Apóstol Mateo; pero sus peticiones tienen que ser obras piadosas, hechos de bien absoluto que a nadie puedan afectar, aún como bien mismo; me explica.
– No entiendo eso, Apóstol Mateo, le digo.
– La Fe, Veritelius, me dice, no es algo que podamos o debamos entender; es simplemente algo que debemos creer en tanto Don de Dios.
– Sigo sin poder entender, Apóstol Mateo; le vuelvo a contestar.
– Así es, Veritelius, y así seguirá siendo en cuanto se use el entendimiento humano; pero cuando éste se subordina al Don de Dios, entonces se comprenden esas cosas imposibles de asimilar para el conocimiento de los hombres; me recalca el beatísimo Apóstol; pero yo sigo sin entender.
– Solo con Fe se accesa a Dios, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla; me aclara el soldado.
– Pues entonces yo no tengo Fe, les digo.
– En efecto, Veritelius, no la tiene; porque no conoce a Christus y su Evagnelîum; me avienta otra el Sanctus Apóstol, de quien ya me estoy acostumbrando a su poco suave forma de enseñar.
– Pues por esa razón sería más que suficiente que Usted escribiera, Apóstol Mateo; para la instrucción de Iudaicus y Gentiles; de propios y extraños. Le respondo.
La cena terminó hace horas, ni siquiera me di cuenta cuándo; pero nosotros hemos seguido platicando con denuedo. Todos pernoctarán en las habitaciones que tenemos en el edificio asignado al “Christus Mandatus”, todos no vamos a dormir, mañana será otro día, con el favor de. . . alguno de nuestros múltiples dioses; o de Uno Solo, el Solo Uno.
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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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