JESÚS VUELVE A LA VIDA A LÁZARO (34 de 77)

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¡Alabado sea Jesucristo!

México, D.F., Enero 19 del 2014

IV.4.- JESÚS VUELVE A LA VIDA A LÁZARO

(Jn 11, 17-46)

““. . . Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro.  Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y los judíos habían venido a la casa de Marta y María para consolarlas por su hermano.

Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa.  Dijo Marta a Jesús: ‘Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.  Pero aún ahora sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.'

Le dice Jesús: “Tu hermano resucitará.” Le respondió Marta: ‘Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.’  Jesús le respondió: “Yo soy la resurrección.  El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.  ¿Crees esto?”  Le dice ella: ‘Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.’

Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: ‘El Maestro está ahí y te llama.’  Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue hacia él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para orar allí. 

Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: ‘Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.’  Viéndola llorar Jesús, y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: “¿Dónde le habéis puesto?”  Le respondieron: ‘Señor, ven y lo verás.’  Jesús derramó lágrimas.  Los judíos entonces decían: ‘Mirad cómo le quería.’  Pero algunos de ellos dijeron: ‘Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?’

Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro.  Era una cueva, y tenía una piedra.  Dice Jesús: “Quitad la piedra.”  Le responde Marta, la hermana del muerto: ‘Señor, ya huele; es el cuarto día.’  Le dice Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”  Quitaron, pues, la piedra.

Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo:

            “Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Yo sabía que Tú siempre me escuchas pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que Tú me has enviado.”

Dicho esto gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, sal afuera!”  Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario.  Jesús les dice: “Desatadlo y dejadle andar.”

Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él.  Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. . .”

 

            Esta es sin duda alguna, la página más desagradable del Evangelio para Satanás; narra todo cuanto él quisiera que nunca hubiese sucedido, o al menos, que hubiese quedado en el olvido.  Pero San Juan la escribió para los incrédulos del Siglo I y para los que nacerían durante veinte siglos más (y hasta el final de los tiempos). ¿Qué usará el Demonio para acechar al Mesías?, lo mismo de siempre: incredulidad, debilitamiento de la Fe, descrédito de Dios. 

            Jesucristo está realizando su último viaje hacia Jerusalén; ahora viene desde Jericó, pero en lugar de subir por el Camino de los Valles, ha decidido hacerlo por las escarpadas colinas de Emaús, para tener oportunidad de visitar los pueblos y aldeas de esas rutas.  Allá anda, predicando el Evangelio, cuando le llega la noticia terriblemente desagradable para Él, de que su más querido amigo (y debemos recordar que de éstos tenía varios –Leví de Cafarnaúm, Simón el Cananeo, ambos Apóstoles, o José de Arimatea, éste solo discípulo– por mencionar algunos), ha muerto.  Qué tanto es cierto esto (de su más querido amigo), que San Juan se atreve a decir que “. . . Jesús se echó a llorar. . .”  No me acuerdo de otra ocasión en que el Señor llore. (¡Qué hermoso constatar que el Mesías es verdadero hombre!).  Ni siquiera con la muerte de Juan el Bautista, su amado primo, registraron los Evangelistas una situación igual con Jesús.

            Sin embargo, ante el artero acecho del Demonio, el Divino Maestro se prepara para realizar una vez más su acto supremo como Salvador: volver a la vida a alguien.  Ya lo había hecho al menos en otra ocasión, con la hija de Jairo.  Yo lo llamo ‘volver a la vida’ y no resucitar, porque son dos situaciones diferentes.  La primera es ‘revivir’ (volver a vivir), con el mismo cuerpo humano que se tenía, con todos sus defectos.  La segunda es dejar el estado de muerte humana y pasar a una vida de perfección, aún con el mismo cuerpo.  Sea como fuere, Jesús va a traer de nuevo a la vida a su querido amigo, aprovechando la ocasión para predicar el Evangelio entre los judíos.

            Marta y María eran mujeres muy conocidas y queridas en Jerusalén y casi dueñas de cuanto había en Betania.  Junto con su hermano, poseían grandes extensiones de terreno que incluían el Monte de los Olivos; justo detrás de su pueblo y enfrente a la Gran Ciudad de David. 

            Marta era una mujer piadosa y dedicada a sus obligaciones como ama y señora de una casa; el comportamiento de María en cambio, era, en muchas ocasiones, reprobable.  Sin embargo, ambas tenían fe en que Jesucristo era el Mesías.  Esto se constata fácilmente en el primer diálogo entre Marta y Jesús, cuando él está por arribar: “…‘Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.  Pero aún ahora sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.” Esto es un acto de confianza, también lleno de esperanza; y aquí es donde el Demonio empieza el ataque, debilitando su fe.  Jesús le contesta “… Tu hermano resucitará.”; y ella, ya no muy segura hace referencia a la resurrección de los muertos, pero no al momento en el que están ahora mismo, sino en el futuro.

            La maestría de Jesucristo es evidente cuando responde: “. . . Yo soy la resurrección.  El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.  ¿Crees esto?”  Fortifica su fe, porque es menester; Él sabe que el Maligno ronda ahí.  Marta, con un acto de pura voluntad responde: ‘Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.’  Vencido el Demonio en su primer intento, Jesús se prepara para los siguientes, pues María, casi en forma de acusación le dice: ‘Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.’  Esto es fe mezclada con reclamo, y el Maestro lo nota; se consterna junto con la doliente hermana y se encamina al gran acto de misericordia.

            Todavía hay otro intento del Diablo para que el Señor desista, se ve claramente en el siguiente diálogo: “. . . Dice Jesús: “Quitad la piedra.”  Le responde Marta, la hermana del muerto: ‘Señor, ya huele; es el cuarto día.’  Le dice Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”  El Maestro está decidido; clama a Dios con una de las oraciones más hermosas que hay en toda la Sagrada escritura:

            “Padre, te doy gracias por haberme escuchado.

            Yo sabía que Tú siempre me escuchas;

            pero lo he dicho por estos que me rodean,

            para que crean que Tú me has enviado.”

Después de esto, ya no queda nada de la influencia del Satán; Jesús ordena a Lázaro que salga y el que estaba muerto. . . vuelve a la vida.

            Pero el Demonio no se vence fácilmente; y cuando se ve perdido, arrebata.  ¡Ya vieron cómo acecha! ¡Es incansable en su afán!

            Concluye San Juan con un párrafo lleno de esperanza, pero también de expectación, al decir: “. . . Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él.  Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. . .”  También el Hijo de Zebedeo se ha dado cuenta que el Demonio acecha al Mesías; pero éste, ha sido día de Gloria para Dios.

Afectísimo en Cristo de todos ustedes, 

Antonio Garelli

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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