LA ANUNCIACIÓN Y CONCEPCIÓN DE JESÚS

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

Julio 11 del 2014

 

I.2.- LA ANUNCIACIÓN Y CONCEPCIÓN DE JESÚS                                        

(Lc 1, 26-38;  Mt 1, 18-25)

 “Al sexto mes (de que Isabel, la esposa del sacerdote Zacarías concibiera), fue enviado por Dios el Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. 

Y entrando, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.”

Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 

El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.  Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. 

María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, pues yo no conozco varón?”  

El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.  Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.” 

Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.”

Y el ángel dejándola se fue.”

Evangelio según San Lucas

 “. . . La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró en cinta por obra del Espíritu Santo.  Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. 

Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo.  Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”

Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: “Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”.

Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.  Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.”

Evangelio según San Mateo

 Todo parece tan inofensivo, que apenas podríamos darnos cuenta de la imperiosa intervención Divina en estos dos momentos.  ¿Por qué hubo necesidad de enviar al Ángel del Señor, a Gabriel (hebreo: El Hombre de Dios), en persona ante María y en sueño a José?  Porque el Demonio estaba, al acecho del Mesías.

 Desmenuzo un poco este asunto.  Cuando Dios nos creó, nos hizo ‘inferiores a los ángeles por un poco’ como dice San Pablo a los Hebreos (2, 9); entonces, ¿por qué el Ángel Gabriel se presenta ante la virgen María con tanta deferencia hacia ella? Ah!, pues, ¡porque él sabe quién es esa Mujer! Es la ‘llena de gracia’, ‘la que tiene al Señor’, la que será la madre del ‘Hijo del Altísimo’.  Gabriel no está frente a cualquier ser humano, no.  El Ángel está delante de la preferida de Dios y ha sido enviado para fortalecer la voluntad de María; para que al momento en que ella tome su decisión ‘libre y voluntariamente’, sea en concordancia con el Plan de Divino para la Salvación del mundo.

 Y aquí está lo importante: la voluntad.  Una vez creados, Dios nos quiso hacer diferentes a las plantas y a los animales (los otros seres con vida), y nos dotó de su magnífico don de la voluntad.  Este instrumento para uso del libre albedrío, siempre ha sido respetado por Dios al extremo; tanto es así, que cuando fue usado en el Jardín del Edén por Adán y Eva (con la intervención previa de La Serpiente, el Demonio), Yahveh permaneció firme en el respeto de las decisiones allí tomadas.  Prefirió que ‘entrara el pecado en el mundo’, antes que invalidar su decisión de que los seres humanos fuéramos libres y con voluntad propia. ¡Cuánto le iba a costar a Dios a partir de ese momento, habernos hecho ‘a su imagen y semejanza’ (Gn 1, 24)!

             ¡Ya me imagino la angustia del Arcángel Gabriel ante la respuesta de la doncella de Nazaret!: “¿Cómo será esto, pues yo no conozco varón?” Se suponía que aquella mujercita estaría feliz después de tan descomunal anuncio; ¿cómo, entonces, esta hermosísima criatura respondía con una pregunta?  Por el uso de la voluntad, porque María era libre.  ¡Y esto, por supuesto que lo sabía el Demonio! Satanás sabía que Dios respetaría la decisión de María.  ¡Y ese momento era su única oportunidad (igual que en el Edén), para hacer fracasar una vez más el Plan de Dios respecto de su obra máxima, la Humanidad!

 Así pues, Yahveh dejaba en la decisión del ser humano la acción final.  Dicen a este respecto muchos Padres de la Iglesia, que “Toda la Creación se detuvo; nadie respiró siquiera, ante la respuesta de María.”  ¡Solo imagínense que, en pleno uso de su facultad de decidir, la más Digna de todas las mujeres le hubiese contestado al Ángel Gabriel que ese anuncio no era para ella, que se había equivocado, que buscara otra! Sí, imagínenselo bien, ¡no hubiera habido Redención!; pues si María no aceptaba, el mismo Dios no hubiera podido encarnarse.  Así de grave era el asunto.  Por eso el Demonio estaba al acecho, para impedirle a Dios la Redención.  Por eso Gabriel fue enviado personalmente a María, para explicarle la importancia de su ser, de su trascendencia, de su infinito valor en la Creación y la Humanidad. 

Pero para bien de todos, el Ángel actuó pronto; mejor, mucho mejor que su preciosísima interlocutora: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.” ¡Bendito seas Gabriel, por tu oportunísima intervención! ¡Qué habría sido de nosotros, si tú no hubieses estado allí!     

            Y entonces, se presentan las palabras más hermosas que jamás haya pronunciado mujer alguna: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.” ¡Bendito sea Dios, porque en la persona de María venció el acecho del Demonio sobre la humanidad!

Así, sutilmente está Satanás al acecho de nuestras dudas para apuntarse triunfos en nuestra vida.  Así, de forma velada y oculta se parapeta detrás de nuestras decisiones para hacernos caer ante Dios, para hacernos pecar.

            Y ahora, el otro asunto; el sueño de José.  Aquí hay muchas situaciones que deben tomarse en cuenta para entenderlo.  José era un hombre justo; apegado a La Ley, a Los Profetas y a Las Tradiciones del Pueblo Judío.  Él era un dignísimo varón de la casa de David que había encontrado gracia a los ojos de Dios.  Era de esos jóvenes que querían dedicarle su vida al Señor, y que, por no ser levitas, ni instruidos, no podían servir en el templo.  Más aún en su tiempo, en donde los sacerdotes, los escribas y los fariseos, todos en su gran mayoría levitas, detentaban el poder sobre el pueblo.  Sin embargo, él había ofrecido a Dios su castidad, su pureza de intención y la bondad de sus obras; así que era un bienhechor del Templo de Jerusalén a pesar de quienes, de mala forma, se aprovechaban de sus puestos para oprimir a la gente.

José le había solicitado a Zacarías, el último buen sacerdote de Dios en el Templo, una doncella de las que servían en la atención de los levitas, para que, cuando ya no pudiera ser aceptada allí, en virtud de su edad, de su salud o por su propia decisión, fuese a vivir en su casa como su esposa.  Eso se usaba entonces y solo se les permitía a los hombres con una ‘reputación de justos’ muy comprobada.  El hombre debería pagar al Templo cincuenta ciclos de plata, que era el precio de las vírgenes (Dt 22, 29), y la manutención de la doncella; y solo podía desposarla cuando ella decidiera casarse o cuando sus servicios ya no fuesen requeridos en el Templo.  Estas vírgenes eran aceptadas como servidoras, después de investigaciones muy escrupulosas por parte de los levitas en cuanto a su genealogía, dignidad personal y comportamiento intachable. 

María era la virgen que Zacarías había escogido para José y el acuerdo recién se había formalizado, por lo que ambos estaban comprometidos; sin embargo, esto era ‘antes de empezar a estar juntos’.

Aquí, desde el punto de vista de la Ley, podrían suceder dos situaciones muy distintas: José podía reclamarle a Zacarías por el estado de la doncella; y Zacarías podía acusar a José de la falta de cumplimiento del acuerdo respecto de la virgen.  ¡Qué grandiosa oportunidad para el Demonio, por eso estaba al acecho!  Discordia, al menos eso lograría Satanás si aprovechaba esta situación.  Además, este hecho debería ser informado por los dos, pues de manera contraria, ninguno tendría oportunidad de inculpar al otro y ampararse en la Ley.

Por eso dice San Mateo: “. . . Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.  Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños. . .”

Otra vez, ¡imagínense que José hubiese tomado la iniciativa del reclamo! ¡María habría sido apedreada hasta morir! ¡¡Así lo decía la Ley!! (Dt 22, 20-21). Por eso la urgencia del Arcángel Gabriel en aclararle el asunto a José; ¡el Ángel tuvo que usar todos los medios a su alcance para anticipar los horribles acontecimientos, tuvo que decírselo en un sueño!  Nuevamente, ¡Bendito seas Gabriel que estuviste atento a las oportunidades que podía maquinar el Demonio a su favor, pero que Tú contrarrestaste en beneficio nuestro!  “. . . Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. . .”

Indefiniciones, imperfecciones, olvidos, descuidos; todas estas son buenas situaciones para el Diablo.  Y muchas veces ni queremos hacerlas o ni tenemos planeado ejecutarlas; pero el rey de las tinieblas no descansa, siempre está al acecho de nuestros actos.  ¡Cuánto más al acecho del Mesías!

 

 

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

 

Antonio Garelli

 

 

 

Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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