¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de México, Septiembre 22 del 2016.
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.
(27)
Cesarea de Palestina, Provincia de Iudae
Iulius XVI
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
LA AUDIENCIA DE DECLARACIONES (2)
– Preséntese a declarar el Centurión Romano Régulo Stabilus.
– Yo, Régulo Stabilus, Centurión Legionario de la Guarnición Romana en Guardia en la fecha, hora y lugar citados.
– Centurión Legionario Régulo Stabilus, interrumpo al militar en su presentación, ¿por qué no ha venido a esta Audiencia de Declaraciones con su uniforme Militar Romano, sino de túnica y toga?
– Porque ya no soy Centurión Legionario, Tribunus Legatus Veritelius de Garlla; solicité mi retiro del Ejército Imperial y me fue concedido.
Ahora soy Discípulo del Señor Iesus Nazarenus, a quien quiero ofrendar la vida que me sobra para la remisión de mis pecados; que ni aunque volviese yo a nacer y viviera una vida de sacrificio para Él, pagaría la infamia de haber dirigido a los hombres que lo llevaron al martirio en el Calvario; ese horripilante lugar que hay en Hierosolyma que para mí siempre será lugar de maldad.
Hemos matado al Hijo de Dios, Tribunus Legatus, le dimos muerte de la forma más denigrante que pudimos haber escogido; le hemos tratado como a un miserable criminal y era la perfección de la bondad que alguna vez se haya hecho hombre. Solo su infinita misericordia, a la cual me apego con todo mi corazón y arrepentimiento, podrá perdonar el demonismo de nuestros actos.
Nos dejamos llevar por Satanás, Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla, nos invadió con su maldad y solo hicimos cosas detestables y denigrantes contra el Hijo de Dios. (El fortísimo hombre ha empezado a sollozar cual niño, realmente adolorido por los sucesos que narra). Todos fuimos presa fácil del Demonio y a todos nos usó la malvada creatura.
Nada, señor, absolutamente nada hicimos para ayudar a Iesus Christus de las garras del Príncipe de las Tinieblas; todos seremos juzgados por la Historia y por la gente de todos los tiempos y, cada vez que pienses en nosotros, seremos hallados culpables de la infamia cometida. Solo la Misericordia de Dios podrá ampararnos, Tribunus Legatus.
¡Si Usted quiere que yo ofrende mi vida por Iesus Christus, señor, en este momento lo hago! ¡Pero quiero ser perdonado del pecado que he cometido! ¡Malditos sean los que le condenaron a muerte! ¡Y malditos seremos nosotros, los que ejecutamos tan miserable orden! (Justo en este momento, en que el llanto del desdichado hombre ya es incontrolable, uno más de los citados empieza también a soltar gritos de dolor por lo que escucha; es Cassius Pomeo, que también formaba parte de la escolta de guardias; pero Régulo continúa).
¡Sí, Señor Iesus Christus, somos pecadores! ¡Perdónanos, Señor, solo Tú puedes perdonarnos! Y rompe en un estruendoso llanto que impresiona y enmudece a toda la concurrencia.
La escena ha sido por demás dramática, algunos de los asistentes han descendido por las escalinatas para levantar del suelo a Régulo Stabilus, quien de bruces al piso y con los brazos extendidos en cruz, llora desconsoladamente, gritando: “¡Señor, pietâtis nos!, ¡Christus, pietâtis nos!, ¡Deus, pietâtis nos!” Dejo que atiendan al infortunado y dolido hombre, aprovechando para un receso de la sesión. Nadie abandonará el recinto; en el vestíbulo habrá alimentos y vino.
Estoy realmente impresionado con los sucesos que he presenciado en esta audiencia. Por supuesto que estoy seguro que son auténticos y además con-movedores; algo similar a lo sucedido en Apollonia, pero en este caso mucho más dramáticos. En verdad que Iesus Nazarenus tenía una atracción muy especial, sin contar con sus maravillosos poderes; pero Régulo le ha subido el rango, y por mucho, le ha llamado “El Hijo de Dios”. Ahora recuerdo que en los resúmenes que hemos hecho de la Biblos Hebraicus, se habla del Hijo de Dios; como nuestros Hércules, Eneas y Mercurius; o como Hebe, Ares y Hefesto de los Helénicos. Si todo esto es cierto, los iudaicus estarían viviendo un tiempo de verdadera bendición, pues el Hijo de su Dios bajó al mundo, pero éstos no le reconocieron y le han matado. ¿O, fuimos nosotros los romanos?
Continuamos la Audiencia de Declaraciones con el anuncio pertinente del Secretario de la misma:
– Pase a declarar Brutus Astate.
– Brutus Astate, Soldado Legionario Jefe de la Guardia de Castigos, en la fecha y el lugar citados; juro en nombre de Tiberio Julio César que mis declaraciones serán verdaderas.
– Jefe de Guardia Astate, ¿cuál fue su participación en el proceso del juicio de Iesus Nazarenus?
– Plenuspotenciarius Veritelius de Garlla, primero que otra cosa yo diga, quiero, si Usted me lo permite, y asiento haciendo un movimiento con mi cabeza, decirles a todos los aquí reunidos que yo no soy el culpable de lo sucedido a Iesus Nazarenus en la ‘Columna de la Infamia’ en la Fortaleza Antonia en Hierosolyma; que yo recibí la orden del General Legionario Asistente del Procurador, quien ya ha muerto, de que “… propiciara al reo un ‘castigo ejemplar’, como para conmover a los que quieren matarle y no sea necesario crucificarle.”
– Soldado Astate, interrumpo al hombre, esta no es una Sesión de Juicio, es solamente una Audiencia de Declaraciones; usted no tiene que ‘justificar’ ninguna de sus acciones, solamente ha de mencionarlas. ¿me entendió?
– Sí, Tribunus Legatus, he comprendido.
– Ahora, solo conteste mi pregunta, induzco al declarante.
– Con la orden recibida, Señor, escogí a los mejores hombres para hacer el trabajo, así como los instrumentos más apropiados para ello; sin embargo, yo hubiese querido que las cosas fueran diferentes, pero el reo era un hombre con una fortaleza física extraordinaria. Cualquiera otro se hubiese vencido en la primera tanda de golpes. Y aunque estaba atado a la ‘infâmis columna’, siempre volvía a ponerse de pié, Señor.
– ¿Cuántos azotes ha de proporcionar a un hombre según los métodos establecidos para ello en el Ejército Imperial Romano, Soldado Astate?, le pregunto al aterrorizado hombre.
– Doce, Tribunus Legatus, me responde.
– ¿Cuántos le proporcionaron a Iesus Nazarenus, sus hombres, Brutus?
– Más de cuarenta, Señor; pero es que el reo era sumamente fuerte, Señor; y el General Legionario había pedido ‘un castigo ejemplar’, Señor.
– ¡Y vaya que se lo dieron, Brutus!, le digo; ¿recuerda Usted a Simón de Cyrene, Soldado Astate?
– Sí, Señor, sí le recuerdo; fue el hombre que ayudó a Iesus Nazarenus a cargar la cruz hasta el Calvario.
– Pues me he entrevistado con él, Brutus y éstas son algunas de sus palabras:
“No llame simplemente ‘exageración’, a la vejación de un ser inocente, Tribunus Legatus; llame por su nombre a los actos asesinos cometidos por sus Legionarios, ante la Santa Humanidad del Hijo de Dios y con la complaciente actuación del Procurador Poncio Pilatus. No minimice los hechos de brutalidad excesiva, con palabras que encubren la magnitud de la infamia y la incompetencia de sus hombres. Cuarenta latigazos amarrado a su bien llamada ‘columna de la infamia’; en donde su propia legis, Tribunus Legatus, solo acepta se aplique doce golpes a un condenado a muerte. Su espalda, toda ella; sus brazos, sus piernas y hasta su propia cara estaban lacerados por los desmesurados golpes recibidos. Todo su Bendito Cuerpo era carne viva, abierta por la maldad de los latigazos que soportó; no había ni siquiera un palmo en donde pudiese uno tomarle para ayudarle y no lastimar sus Benditas Llagas . . .”;
¿Qué respondería a eso Soldado Brutus Astate?
– Tendría yo que explicarle, Señor; responde el irreverente hombre.
– ¡Explíqueme a mí Astate!, ¿quién le dio a usted o a cualquier soldado Legionario el poder para contravenir las instrucciones de los métodos de castigo aprobados por los Comandantes Supremos del Ejército Imperial Romano?, ¡Respóndame eso!, Soldado Brutus Astate; le digo eufórico.
– Nadie, Señor, es que yo recibí una orden específica a ese respecto.
– El cumplimiento de las órdenes, Soldado Astate, no le libera a uno de los actos criminales o moralmente inaceptables.
Usted deberá comparecer en el Juicio contra Poncio Pilatus. Dese por informado y notificado. Puede retirarse.
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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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