LA MUJER ADÚLTERA (33 de 77)

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¡Alabado sea Jesucristo!

México, D.F., Enero 13 del 2015

IV.3.- LA MUJER ADÚLTERA

(Jn 8, 1-11)

“Mas tarde se fue al Monte de los Olivos.  Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él.  Entonces se sentó y se puso a enseñarles.

Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.  Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres.  ¿Tú qué dices?  Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle.

Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra.  Pero como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y dijo: “Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que le arroje la primera piedra.”  E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, la cual seguía en medio.

Incorporándose Jesús le dijo: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?”  Ella respondió: “Nadie, Señor.”  Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.”

            ¡Maestría de maestrías!  ¡Dios ha hablado!  Satanás quiere la confusión, el desorden, la muerte; y Jesucristo otorga el perdón.  Esa es la diferencia: el Príncipe de las Tinieblas urge por la decadencia humana; y el Señor apresura la salvación de los pecadores. 

            Los actos impuros de la sensualidad humana son de los más castigados por la Ley de Moisés; en el Decálogo (o Diez Mandamientos) son prohibidos en dos ocasiones.  Las penas impuestas (según el Levítico), llegaban hasta ‘requerir’ la muerte por lapidación de los infractores, como en este caso; pues los problemas de salud física y mental eran los que se cuidaban con mayor sigilo entre los israelitas durante sus campamentos deambulando por el desierto, una epidemia pudo haber sido desastrosa para su subsistencia.  El Deuteronomio abunda en recomendaciones para evitar estas desviaciones a la moral y procurar el bien común del pueblo.  Con todo esto de antecedente, era muy difícil que el Divino Maestro se les ‘escapara’ a los servidores del Demonio; allí estaban otra vez los escribas y fariseos tratando de hacerle caer en desacierto.  Pero ya se sabe, esta es una labor inútil, pues el Mesías no falla.

            Con frecuencia se confunde a esta pecadora con María de Magdala (la Magdalena), pero no es ella.  También se dice que es aquélla que vierte en los pies de Jesús un perfume muy costo, pero tampoco es; ya que ésta es María, la hermana de Lázaro, su gran amigo.  Esta, pues, es otra mujer, pecadora también, pero que habrá de recibir el perdón (y por lo tanto la posibilidad de la Salvación), del mismísimo Jesucristo. 

            Los cuatro Evangelios están llenos de menciones a ‘las mujeres que acompañaban al Señor’, dentro de las cuales están incluidas su Santísima Madre (Inmaculada Ella), y María Magdalena (la gran pecadora y endemoniada que se arrepintió y dedicó su vida a Cristo Jesús). Realmente espero que esta otra mujer, de la cual no conocemos su nombre, haya podido ser incluida en esa lista; pues de una muerte segura (de acuerdo a la Ley), recibió el perdón y la cancelación de su lapidación en pleno Templo y con todas las acusaciones en contra.  Quiero creer que su agradecimiento fue tal, que cambió su vida por completo para seguir a Jesús de Nazaret.

            Pero lo que en verdad me agrada de este evento es la maestría del Mesías para evadir el acecho del Demonio. Le dicen: “. . . Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.  Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres.  ¿Tú qué dices?. . .”  El planteamiento es correcto y acertado; más aún, tiene un fundamento ineludible: La Ley de Moisés.  Si Él hubiese dicho que procedieran como decían, no hubiese estado mal.  ¡Pero estuvo mejor, aún!, sacó a relucir su tamaño de Salvador, no de justiciero condenador.  Por eso estoy seguro que ‘La Misericordia de Dios es infinita’, porque ante el pecado evidente, Dios encuentra la forma del perdón.

            Hasta pensó qué contestarles, porque de inicio “. . . Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. . .”; lo cual quiere decir que no les hizo caso, porque ya sabía de dónde venía el acecho.  Sin embargo, la respuesta es contundentemente misericordiosa: “Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que le arroje la primera piedra.” ¡Qué tamaño de disuasión! Y también, ¡qué magnificencia de perdón!  Por supuesto, el único que podía lanzar una piedra (entonces y ahora, en virtud de su perfección), era Él; pero eso no era lo que Él quería: Jesucristo quería que se viera cómo se ‘vence con el bien al mal’.  ¡Y qué manera de lograrlo!

            Obviamente, nadie lanzó ninguna piedra, pues todos eran pecadores; pero el relato de San Juan nos deja una enseñanza mejor: “. . . Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos. . .”, lo que significa que a más vida, tenemos más ocasión de pecado, pues el Demonio está, ¡al acecho de todos!  El colofón es por demás extraordinario, ni qué decir de él: “. . . Incorporándose Jesús le dijo: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?”  Ella respondió: “Nadie, Señor.”  Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.”

            Fue bueno el intento, Satanás; pero otra vez insuficiente. ¡El Divino Maestro continúa incólume ante tus ataques!

Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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