¡Alabado sea Jesucristo!
México, D.F., Octubre 28 del 2014
II.10.- LA TEMPESTAD CALMADA
(Mt 8, 23-27; Mc 4, 35-41; Lc 8 22-25)
“Este día, al atardecer, les dice: ‘Pasemos a la otra orilla.” Despidieron a la gente y le llevan en la barca en la que estaba; e iban otras barcas con Él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despertaron y le dijeron: ‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’
Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: “¡Calla, enmudece!” El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?” Ellos se llenaron de temor y se decían unos a otros: ‘Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?’”
Gerasa era tierra que los galileos generalmente evitaban; preferían tener nada que ver con sus vecinos del Mar de Galilea. Jesús sin embargo, muchas ocasiones fue a sus pueblos antes de iniciar su Ministerio y varias más ya ungido por Dios. Esta es una de esas veces que fue hacia allá y no lo hizo solo, sino en compañía de sus discípulos. Por supuesto que también ahí estaba el Demonio al acecho del Mesías. Especialmente en esta ocasión, cuando ha estado curando a tantos enfermos y expulsando espíritus malignos de tantos infelices endemoniados en Cafarnaúm, el Divino Maestro quiere hacer un breve descanso en sus milagros. Se dirigen a Betsaida, del otro lado del afluente norte del Río Jordán, pero terminan por llegar a Gerasa tratando de evadir a la gente que les sigue desde la orilla. ¡Qué mejor momento para Satanás, para complicarle los planes a Jesucristo!
El Lago de Genesaret, que apenas tiene veintitrés kilómetros de largo por trece de ancho, no es lugar en donde intempestivamente se puedan juntar corrientes de aire capaces de producir una marejada que pueda hundir una barca. Sin embargo, el Príncipe de las Tinieblas puede modificar eventualmente las condiciones climatológicas, hasta lograr algo poco común o nunca antes visto, solo con el afán de dañar a Cristo y a los suyos. ¿De dónde apareció tal viento que produjo olas tan altas y fuertes? Muy simple, ¡el Demonio está al acecho del Mesías!
Hay que hacer algunas consideraciones sobre este especial momento. Los ocupantes de la barca no son gente extraña a esos menesteres y lugares, ¡son pescadores algunos de ellos!; no obstante, los discípulos se asustan: ‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’, le dicen después de despertarlo de su tranquilo sueño en la popa. Las olas ya están anegando la lancha y ellos están realmente preocupados de naufragar; no es poca cosa lo que está sucediendo. O bien nunca antes les había pasado y no saben qué hacer ni cómo reaccionar; o simplemente están temerosos de que a su querido Rabboni le pueda suceder algo grave que después tengan que lamentar.
Cualesquiera que sea el caso, el acontecimiento es de tomarse en cuenta (ya que los tres sinópticos lo registran), ¡y estamos hablando de que los asustados son gente conocedora de estas labores; son pescadores! ¡y de ese mismo lugar!! Qué susto debió haberles dado el Demonio a discípulos y Apóstoles, porque a Jesús no; él simplemente se levantó y aplacó viento y mar con autoridad Divina, como que Él los hizo.
Yo no sé si ustedes han navegado alguna ocasión, pero en el mar no suceden cosas ‘de repente’, ni cambian las condiciones climáticas de un instante a otro. Cambian, sí, pero en horas, en días, no de inmediato. En el mar todo puede verse con suficiente anticipación (las nubes juntándose, el viento soplando, las olas aumentando); y las reacciones, ni son inmediatas, ni son suficientes si no se está preparado ante la impetuosidad de las fuerzas naturales, contra las cuales nada podemos hacer para contrarrestarlas. O va uno preparado para lo que ya se sabe que puede ocurrir o en los riesgos se sufren las consecuencias del descuido. Estos cambios repentinos de los elementos, solo pueden producirse con la intervención de ‘alguien’ que tenga dominio sobre ellos; bien sea para mal, Satanás, o para bien, Dios (en Padre, Hijo o Espíritu Santo).
Probablemente San Marcos, quien escuchó este relato de San Pedro (uno de los ‘osados pescadores’ que iba con el Señor), no sabía bien a lo que se refería su apreciado maestro con las palabras de: “¡Calla, enmudece!”, pero fue el único que las puso tal cual. Y por lo que respecta a las preguntas de Jesucristo a sus amados discípulos: “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?”; son muy claras, pues realmente les está diciendo “Ustedes todavía no creen que yo soy el Hijo de Dios.” Por eso la interrogante de ellos de grandísima admiración del final:‘. . . Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?’ ¡Pues es Dios!, Simón y Andrés, Santiago y Juan, y todos los demás. ¡Es Dios en la Persona del Hijo; es Dios hecho hombre!
Por eso lo acecha el Demonio; y por eso Él responde de inmediato con el bien, para vencer al mal; para que se le vea Su Divinidad. ¡Nada malo lograste, Satanás!, solo que el Mesías se luciera otra vez a costa tuya.
Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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