¡Alabado sea Jesucristo!
México, D.F., Octubre 20 del 2014
II.8.- NUMEROSAS CURACIONES
EN CAFARNAÚM
(Mc 1, 32-34; Mt 8, 16-17; Lc 4, 40-41)
“Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.”
Este importante momento del Evangelio hace recordar otro instante maravilloso, de muchos años atrás, pero que cuando se dijo por primera vez no se alcanzó a comprender en toda su dimensión; me refiero al cántico de alabanza de los ángeles celestiales cuando Jesús nació en Belén: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace”, cantaban todos a una voz desde las alturas.
A todos aquéllos que Satanás tiene bajo el dominio del mal y del pecado, Cristo Jesús los está llenando con los dones del cielo, que son: la bondad, la verdad y lo felicidad. Bondad, porque la salud física y mental que reestablece Jesús a todos, son invaluablemente benéficas para la vida; verdad, porque sus palabras conducen por los caminos del conocimiento, que llevan a la salvación y a Dios; y felicidad, porque el estado de salud y verdad redunda en el estado de paz que toda alma humana busca incesantemente.
Son tantos los que le han traído, que el Demonio quiere abrumarlo; bien sabe que como hombre debe cansarse, se ha de agotar, y entonces dejará de realizar sus maravillas. Pero Cristo está consciente de ello y se multiplica en sus prodigios para los necesitados; dice San Mateo que lo hacía en cumplimiento a lo escrito por el profeta Isaías: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.” (Is 53, 4-5) Así, paulatinamente, serán cumplidas todas las promesas hechas en lo antiguo para el momento en que se presentara el Mesías entre nosotros; no importa cuánto se afanen los demonios en obstruir la labor de Jesucristo, todos cuantos le conozcan sabrán que Él es el Ungido de Dios; y aún los que nunca le vean, sabrán que Él es el Salvador.
Este es un mal día para Satanás y sus demonios, pues el Mesías está en plena actividad de salvación; anunciando la Buena Nueva a todos los pobladores de la Tierra, y ahora por el momento, empezando en Cafarnaúm.
¡Bendito sea El Santo de Dios que ha bajado del cielo para librarnos del Príncipe del Mal!
II.9.- CURACIÓN DE UN LEPROSO
(Mt 8, 2-4; Mc 1, 40-45; Lc 5, 12-14)
“. . . En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: ‘Señor, si quieres puedes limpiarme.’ Él extendió la mano, le tocó y dijo: ‘Quiero, queda limpio.’ Al instante quedó limpio de la lepra. Y Jesús le dice: ‘Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio.’”
Desde siempre esta mortal enfermedad ha asolado a la humanidad; ya miles de años antes de Jesucristo la sufrieron muchísimas personas y en nuestros días sigue existiendo. La antigua Ley de Moisés (Lv 13, 1-59; 14, 1-56) tenía muy identificado el mal y sus consecuencias, así como el control endémico de la misma, a fin de prevenir las plagas entre el pueblo de Israel. Inclusive había lugares ex profeso para leprosos, quienes tenían prohibido juntarse con la gente sana o que no padeciera este horrendo padecimiento. Por supuesto, en virtud de sus múltiples significados sociales, sanitarios y religiosos, el Demonio no podía desaprovechar esta oportunidad para acechar al Mesías.
Durante todo su Ministerio Jesús será abordado por leprosos; algunos llegados a él de buena fe, otros llevados para hacer caer al Señor en ‘faltas al cumplimiento de la Ley’ (como la curación de leprosos en sábado), e inclusive, pensaban los demonios, para ‘consumir’ su deseo de librar a los hombres de los males del pecado. En cualesquiera de estos casos, Jesucristo siempre está dispuesto a la ayuda y a aprovechar, también, cada uno de para alabanza del nombre de Dios.
Mateo, en apenas cinco renglones, nos da a conocer una de estas gloriosas ocasiones. El leproso se acerca y de inmediato se postra ante el Mesías; por supuesto que lo hace sabiendo quién es Él y qué quiere lograr. Ha sido movido por la Fe en el Salvador. Sus palabras son la oración más exquisita de humildad que se haya registrado en el Evangelio: ‘. . . Señor, si quieres puedes limpiarme.’ Nada de orgullo, nada de soberbia, nada de autosuficiencia. Pura humildad. Como una enseñanza espontánea a diablos y demonios (y a seres humanos también), de cómo dirigirse a Dios por ayuda, por consuelo, por remedio. Cristo, habiéndose percatado de la sinceridad de acción del hombre y de la pureza de sus intenciones, actúa y responde de inmediato, también con una frase exquisita-mente pacificadora de cuerpo y alma: “. . . Él extendió la mano, le tocó y dijo: ‘Quiero, queda limpio.’” Así de simple, así de sencillo. Pura voluntad de ambas partes. El uno contrito y humilde al extremo, con tanta Esperanza como se puede tener; el otro, infinitamente misericordioso. Sin más qué hacer ni qué decir. Voluntad humana dispuesta y Voluntad Divina también. Así, de inmediato aparece la salvación.
Todas las enfermedades del hombre; todas las anomalías en plantas y animales y todas las calamidades naturales, se deben al pecado. Cuando Dios creó, lo hizo en perfección. Satanás es el único culpable de cuanto no funciona bien; su soberbia, y la desobediencia del hombre, son la razón de la ausencia del bien en lo creado, la causa de todo mal. Dios hecho hombre ha bajado al mundo para dejar claro que, cuando el hombre es uno con Dios, toda imperfección puede ser borrada.
Una vez más el acecho del Demonio ante el Mesías, se da en la naturaleza humana caída, dolida, afectada por el pecado. Esta ocasión, en la más temida de las plagas corpóreas: la lepra. El Divino Maestro se planta ante ella para vencerla, pues alguien lleno de Fe y de Esperanza, busca la Caridad de Dios. Dios responde de inmediato y el mal desaparece. Pero Jesucristo quiere dejar evidencia de su acción, y el joven Leví de Cafarnaúm lo entiende así y lo registra: “. . . Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio.”, le dice Jesús al antes leproso.
Por eso se llama Emmanuel este nazarita, porque Dios está con nosotros para vencer el mal con el bien. ¿Cuándo se entenderá esto para que sea la única forma de actuar?
Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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