¡Alabado sea Jesucristo!
Junio 13 del 2014
SAN ANTONIO DE PADUA, CONFESOR,
TAUMATURGO MÁXIMO Y DOCTOR
“Evangelicus” DE LA IGLESIA.
Muy queridos todos en Cristo Jesús:
El maravilloso predicador de Cristo, San Antonio de Padua, nació en 1195, en Lisboa, cabeza del Reino de Portugal, y fue hijo de muy nobles y virtuosos padres. De su madre obtuvo la devoción a la Santísima Virgen María, pues ella le enseñó cuanto sabía. A la edad de quince años, tomó el hábito en el monasterio de canónigos regulares de San Agustín, donde hizo su profesión. Pero once años más tarde, pasó, con la venia de sus superiores, a la Orden Seráfica, llevando el deseo de convertir a los moros y derramar su sangre por Cristo.
Pero el Señor, que le destinaba a otro apostolado, permitió que en África se contagiara de una grave enfermedad; y para recobrar salud, embarcó rumbo a España, mas por los vientos contrarios la nave fue llevada a Italia. Le mandó su Seráfico Padre San Francisco de Asís, que leyese Teología para sus hermanos en las ciudades de Montpellier, en Francia; y de Bolonia y Padua en Italia; encomendándole después el oficio de predicar.
Eran sus palabras como una llama de fuego que abrasaban los corazones, y como Dios lo confirmaba con grandes prodigios, fueron innumerables los herejes y pecadores que convirtió tanto en Francia como en Italia. Una vez, disputando con un hereje llamado Bonibillo que negaba la presencia de Cristo en la Eucaristía, hizo que la mula del hereje, a pesar de haber estado tres días sin comer, dejase la cebada que le ponía delante su dueño, para arrodillarse delante del Santísimo Sacramente que le mostraba el Santo. Con ese milagro se convirtió aquel principal maestro de los herejes.
Otra ocasión, estando en la ciudad de Armino, para confundir a los herejes que no querían oírle, se llegó a la ribera del mar para predicarle a los peces, los cuales, levantadas del agua las cabezas, oyeron la Divina Palabra hasta que el Santo les echó su bendición. Otra vez le convidaron unos herejes a comer y le pusieron veneno en el plato, y el Santo les afeó aquella maldad, pero haciendo la señal de La Cruz sobre el manjar, lo comió sin recibir de la ponzoña lesión alguna.
Aconteció muchas veces que predicando en un idioma, le entendían los oyentes de diferentes naciones y lenguas, como si predicara en la de cada uno, y aún fue oído dos millas lejos de donde estaba. Era tanta la gente que acudía a sus sermones, que no cabiendo en los templos, se salían a los campos para escucharle. Una noche, el huésped que le había recibido en su casa le acechó, y vio en su aposento una gran claridad, y el Niño Dios hermosísimo y sobremanera gracioso encima de un libro; y después en los brazos de San Antonio, y que el Santo se regocijaba con Él sin apartar los ojos de su Divino rostro.
Finalmente, a los diez años de sus apostólicos ministerios, en el año 1231, cuando apenas contaba con treinta y seis años de edad, acabó su vida llena de virtudes, prodigios y merecimientos; en la ciudad de Padua entregó su alma bienaventurada al Señor. Quisieron llevarlo a Lisboa, donde había nacido, pero los paduenses lo impidieron; y le levantaron una gran Basílica donde reposan sus restos mortales y su lengua incorrupta, hasta el día de hoy. Por miles pueden contarse las hojas de sus sermones escritos.
San Antonio de Padua fue beatificado y canonizado solo ONCE MESES después de su muerte. Nadie como él.
Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.