¡Alabado sea Jesucristo!
Junio 30 del 2014
SAN PABLO,
APÓSTOL DE LAS GENTES
El Gloriosísimo Apóstol de las Gentes, San Pablo, fue hebreo de nación y de la Tribu de Benjamín; nació en la ciudad de Tarso (como él mismo lo dijo). Tuvo padres honrados y ricos y de ellos fue enviado a Jerusalén, para que debajo del magisterio de Gamaliel, famoso letrado, fuese enseñado en la Ley de Moisés.
Entendiendo que los Discípulos de Jesús eran contrarios a aquélla doctrina, les comenzó a perseguir cruelísimamente; y no contentándose con haber procurado la muerte de San Esteban y de guardar los mantos de los que le apedreaban, él mismo se ofreció al sumo sacerdote para perseguir a los cristianos; y con gente armada partió para la ciudad de Damasco para traer prisioneros a todos los que hallase, hombres y mujeres que creyesen en Cristo, y hacerlos morir infame y cruelmente.
Pero en el mismo camino de Damasco se le apareció el Señor, y cegándole primero con su Divina Luz, le alumbró y con su voz poderosa como de trueno le asombró y derribó del caballo; y de lobo al acecho, le hizo manso cordero; para que, de perseguidor de sus discípulos, tornara él mismo a defensor de su Iglesia, y vaso escogido para que llevase su santo nombre a todo el mundo, como se dijo el día de su conversión.
No se puede explicar con pocas palabras lo que este santísimo apóstol trabajó y padeció predicando el Evangelio del Señor en Damasco, en Chipre, en Panfilia, en Lystra, en Jerusalén, y en muchas regiones de Siria, Galacia y Macedonia; así como en las populosas ciudades estados de Atenas, Filipos, Éfeso y Corinto; y ni qué decir de Roma, alumbrando como sol divino tantas naciones que estaban asentadas en las tinieblas y las sombras de la muerte.
Él mismo dice en sus escritos, que fue encarcelado varias veces y que se vio lastimado con llagas sobremanera; y muchas veces estuvo en peligro de muerte. Su vida no parecía de hombre mortal, sino de hombre venido del cielo, que pudo decir: “Vivo yo, mas no yo, sino Cristo vive en mí.” Él fue el gran intérprete del Evangelio, que sin haber aprendido nada de los demás Apóstoles, fue enseñado por el mismo Dios Espíritu Santo, y descubrió a los hombres las riquezas y los tesoros escondidos en Cristo.
Confirmó su predicación con portentos divinos, como aquél que dijo a los fieles de Corinto: “Las señales de mi apostolado ha obrado Dios sobre vosotros, en toda paciencia, en milagros y prodigios, y en obras maravillosas.” Y escribe San Lucas, que con poner los lienzos de San Pablo sobre los enfermos y endemoniados, todos quedaban libres de sus dolencias.
Después de haber estado el Santo Apóstol dos años preso en Roma (venido de su cautiverio en Cesarea de Palestina), es su fama que sembró también la Doctrina del Cielo en Italia y Francia e Hispania (a través de sus enviados personales y escritos), recogiendo la Iglesia gran fruto de su intervención.
Finalmente, en el 67 Anno Domini (Año del Señor), en Roma, al mismo tiempo que San Pedro, y con la autoridad inescrupulosa del Emperador Nerón, San Pablo de Tarso fue decapitado, en el lugar llamado de Las Tres Fontanas. Su sangre selló para todos su Fe en Cristo.
Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.
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