SAN ROMÁN, ABAD

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¡Alabado sea Jesucristo! 

Febrero 28 del 2014 

Muy queridos todos en Cristo Jesús:

 SAN ROMÁN ABAD 

El glorioso San Román fue natural de Borgoña, en la Galia Alpina (Francia); y hallándose bien enseñado en la ciencia de los santos por el Abad de León (Hispania), llamado Sabino, se retiró un día a un lugar desértico escarpado del Monte Jura, en el País de los Suizos.  Allí encontró un árbol chopo (álamo) de enorme corpulencia, cuyas ramas extendidas y entre tejidas formaban un techo natural, que le defendía tanto de la lluvia como de los rayos del sol.  No lejos del árbol brotaba una fuente de agua cristalina, rodeada de zarzas llenas de moras silvestres.

Allí vivió muchos años el santo como ángel en carne humana; le visitaba su hermano Lupicino, quien un día, guiado por soberana inspiración, cedió su voluntad para vivir las delicias espirituales junto con su hermano en aquella soledad.  Comenzaron luego a concurrir a aquel yermo aldeanos y ciudadanos, unos por venerar a los santos hermanos, y otros para hacerse sus discípulos; y tantos fueron éstos últimos, que en breves años se levantaron varios monasterios, tanto de hombres como de mujeres, cuya santidad era celebrada en toda la Provincia de la Galia.

Entre otras maravillas que hizo el Señor por mano de San Román, una fue que yendo un día el santo a visitar a sus hermanos los monjes, le cogió la noche sin hallar otro albergue que el pobre hospicio donde se curaban los leprosos, que a la sazón eran nueve. Luego que los vió, hizo calentar un poco de agua, les lavó los pies y les limpió sus heridas; y aquella noche se acostó en medio de ellos. Los nueve leprosos conciliaron el sueño, velando sólo San Román y rezando a Dios salmos y alabanzas.

Sin quererlo, tocó luego un lado de uno de los leprosos y al instante sanó y se vió libre de la lepra.  Tocó a otro y al instante también sanó.  Despertaron estos dos y hallándose así milagrosamente limpios, cada uno tocó a su compañero que más cerca le quedaba para despertarle, y una vez despierto rogase a San Román le sanase como a ellos. Pero ¡oh bondad de nuestro Gran Dios! ¡ oh poder grande de la virtud de su siervo Román!  Al despertar, todos se hallaron tan sanos y buenos como si nunca en su vida hubiesen tenido lepra.

Finalmente, San Román, después de haber poblado de santos aquellos desiertos, a los sesenta años de su edad, lleno ya de méritos y virtudes, en el año 460 A.D. entregó su purísima alma al Señor; con gran sentimiento de sus discípulos que le amaban como a un padre y le veneraban como a un Santo Abad y espejo de perfección.  Muchas abadías fundó San Román en la tierra de los Helvéticos, con la Regla de San Antonio Abad, el más grande y santo de todos los abades.  En varios casos, aun existen monasterios en esos mismos lugares, hasta el día de hoy.

 Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 Antonio Garelli

  

Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.

 

 

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