¡Alabado sea Jesucristo!
México, D.F., Abril 28 del 2015
V.13.- SEPULTURA DE JESÚS
(Mt 27, 57-61; Mc 15, 42-47; Lc 23, 50-56; Jn 19, 38,42)
“Al atardecer vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho también discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato dio la orden de que se le entregase.
José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca; luego hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se fue.
Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro.”
Evangelio según San Mateo
“Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús.
Se extrañó Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, quien comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro nuevo que estaba excavado en roca. . . María Magdalena y María de José se fijaban dónde era puesto.”
Evangelio según San Marcos
“Había un hombre llamado José, miembro del consejo, hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. . .
Las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea, fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo.
Y regresando, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto.”
Evangelio según San Lucas
“Fueron, pues, y retiraron el cuerpo. Fue también Nicodemo –aquél que anteriormente había ido a verle de noche – con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar.”
Evangelio según San Juan
Trescientos sesenta y cuatro días al año hay Misa, solo el Viernes Santo no. Este es el día de la infamia, de la ignominia, de la vileza humana en su más repugnante expresión. ¡Hemos dado muerte a Cristo Jesús! La Iglesia y su Magisterio, con la sapientísima enseñanza que nos provee para este pasaje de la Escritura, ordena que no se celebre la Eucaristía en memoria al hecho, y en señal de arrepentimiento por nuestra falta. El Salvador está en el sepulcro. No hay Redentor; está en camino. No hay Transubstanciación de pan y vino en Cuerpo y Sangre de Cristo. Este es el momento de mayor orfandad de nuestra existencia.
No voy a decir mucho sobre este luctuoso evento; los Santos Padres de la Iglesia y muchísimos de sus insignes escritores han redactado miles de páginas al respecto, la mía de nada más serviría. Pero sí te quiero dejar algo muy claro, Satán: desde el dolor más profundo de mi alma, (y aunque sea solo recuerdo, pues existe la evidencia del triunfo de nuestro Señor sobre la muerte), me queda el gusto de gritar con emoción:
¡¡¡Nunca pudiste contra el Santo de Dios!!!
Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.