SURCANDO LO DESCONOCIDO (21)

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¡Alabado sea Jesucristo!

 

Ciudad de México, Agosto 11 del 2016.

 

Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.

(21)

SURCANDO LO DESCONOCIDO

 

Reghium – Mare Nostrum

Iulius VII

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

Delfines sobre la superficie del mar, eso es lo único que hemos visto en nuestro acelerado navegar por el Mare Nostrum – Mare Ionicus; y desde siempre, estos simpáticos animales son señal de seguridad en la navegación. El viento es tan constante y potente, que no ha habido necesidad de remar en ningún momento; todo el impulso lo han dado las enormes velas de la liburna.

 

No quiero asegurarlo, pero creo que somos los primeros en atravesar esta inmensidad de mar; ciertamente es riesgoso, pero ahora mismo (y siempre), para nosotros ‘tempus est aurum’ y hasta ahora, nada vale más que el oro; así que nuestra osadía, en bien de acortar el trayecto a navegar, lo que disminuye sustancialmente el tiempo invertido, nos estará redituando ahorros importantes en alimentos y otros materiales.  Si el trayecto es bueno, las flotas romanas tendrán un nuevo surco en el mar.

 

Creo que mis hombres perderán la apuesta.  La Liburna Christina se verá resplandeciente después de ser lavada con jabón, además del bien que se le hará limpiándole la sal marina.

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Apollonia, Cyrenaica

Iulius VIII

Año XX del Reinado de Tiberio Julio César

 

CON EL PRIMER DISCÍPULO

Todas las tropas Romanas apostadas en Apollonia están presentes en los muelles y la explanada del puerto; la recepción tiende a ser algo realmente grande.  Nunca en la historia de Cyrenaica como Provincia, se habían reunido dos Comandantes Supremos Militares de Ejército Imperial Romano; Marco Cayo Agripa, Tribunus Legatus de África–Gætulia, y yo, nos hemos reunido otras tres veces: la primera ocurrió en Alexandria, Ægyptus; la siguiente en Gades, Hispania, y la última en Cartago.  Él es un anciano muy querido por Tiberio Julio César, y muy respetado por mí; de más de ochenta años de edad, lúcido y hábil para la Política Provincial Romana.  Es temido en el Senado por sus propuestas invariablemente imperiales y por su pausada y desesperante retórica en defensa de la Provincia como forma de gobierno; yo podría decir que es el ‘padre’ de esos mandatos de Procuradores.  A mí, siempre me ha tratado el venerable hombre como el ‘Joven General de Tiberio’, pero siempre muy respetuosamente.

 

Por supuesto, junto a él sin excepción, está Camito Apión, Procurador de Cyrene, quien hoy hace las veces de anfitrión de dos de los tres Tribunus Legatus que existen; una gran ocasión para lucirse.  Cuando menos hay cinco mil Soldados Legionarios para la parada militar que el caso amerita; toda una Legión en esta desértica zona, en donde no hay ni contra quién luchar y yo necesitando hombres para detener a francos, galos y germánicos, en tierras que van a producir el alimento del Imperio en los próximos cien años.  Yo calculo que tan solo en las bandas de música, estandartes e insignias, debe haber unos doscientos hombres desperdiciados; nada se puede hacer en contra, así está estructurada la militia del Ejército: el número de hombres (sin importar arma o su ‘desarma’ que carguen),  es lo que hace la importancia de la plaza; y Apollonia es ‘muy importante’, aunque no produzca ni la mitad de lo que consume.

 

Desfilarán hombres, bestias y máquinas, aprovechando la oportunidad para dar a los ‘posibles enemigos de Roma’, una pequeña demostración de lo que debieran enfrentar si se les ocurre guerrear contra el Imperio; para eso sirven estas raras reuniones de Comandantes Supremos en desusadas ciudades de visita.  Aquí la caballería es muy distinta a la de Gallia o Belgium; los caballos son muy pequeños, ágiles y rápidos en comparación con aquéllos, que son parte del arma de pelea.  Igualmente las formaciones de columna son muy diferentes en sus movimientos, escaramuzas y estrategias; un ecuestre de Germania no tiene nada que hacer en las dunas del desierto y viceversa.  Marco Cayo Agripa es un experto en estas condiciones de campaña, él ganó para el Imperio, junto con Claudio como General Magíster Legionario, los primeros territorios de la  Mauretania Meridional y consolidó la presencia Imperial en Tingitana. Ellos lo hacían en el Septentrio Gætulo y yo en el Meridio Bætico con las sublevaciones. 

 

Ya entrada la noche, Camito Apión hace verdaderamente productivo mi viaje a este lugar: me ha presentado a Simón de Cyrene, el hombre que fue forzado a ayudar a Iesus Nazarenus a cargar la cruz de su martirio.

–        Estoy muy agradecido con Usted de aceptar esta conversación conmigo para hablar del Christus, Simón de Cyrene; le digo al bondadoso hombre.

–        Hablar del Señor, siempre será un inmenso e inmerecido honor para mí.

–        Tengo un mandato de Tiberio Julio César, nuestro Emperador, para dar a usted y a todos los ‘seguidores’ de Iesus Nazarenus la seguridad de libre convivencia como súbditos de Roma.  Es deseo del César generar las condiciones de hermandad entre todos los pueblos del Imperio.

–        Si eso es lo que ahora quiere el César, eso no fue lo que demostró Poncio Pilatus en el martirio del ‘Mashiaj’; un hombre inocente que fue tratado como al peor de los malhechores o asesinos y contra quien vertieron las más salvajes e inhumanas formas de castigo que nadie pueda imaginar.  Pero en Su muerte, está nuestra Salvación; Tribunus Legatus.  Nadie es mejor testigo del salvajismo usado, que yo mismo y le agradezco al Señor que me haya concedido el inmenso e inmerecido don de haberle ayudado a cargar Su Cruz; pues solo eso bastó para que yo creyera en Él, en su Mensaje y en su Sacrificio.  Pero lo hecho por los hombres, especialmente por los romanos, al Hijo de Dios, solo tendría perdón en su Infinita Misericordia; pues no hay ley ni razón humana que justifique el deleznable trato del que fue objeto de parte de sus soldados.  Con tal golpiza inenarrable, Tribunus, no hubiese habido necesidad ya de crucificarle; Iesus Christus hubiera muerto por la gravedad de sus heridas algunas horas después, pues su cuerpo era toda una llaga tan profunda, que en la naturaleza humana no tenía curación.

–        Estoy consciente de las exageraciones que se cometieron, Simón de Cyrene, y precisamente esa es mi labor, hacer iustitia ante ello.

–        No llame simplemente ‘exageración’, a la vejación de un ser inocente, Tribunus Legatus; llame por su nombre a los actos asesinos cometidos por sus Legionarios, ante la Santa Humanidad del Hijo de Dios y con la complaciente actuación del Procurador Poncio Pilatus.  No minimice los hechos de brutalidad excesiva, con palabras que encubren la magnitud de la infamia y la incompetencia de sus hombres.  Cuarenta latigazos amarrado a su bien llamada ‘columna de la infamia’; en donde su propia legis, Tribunus Legatus, solo acepta se aplique doce golpes a un condenado a muerte.  Su espalda, toda ella; sus brazos, sus piernas y hasta su propia cara estaban lacerados por los desmesurados golpes recibidos.  Todo su Bendito Cuerpo era carne viva, abierta por la maldad de los latigazos que soportó; no había ni siquiera un palmo en donde pudiese uno tomarle para ayudarle y no lastimar sus Benditas Llagas; hice pasar muchos días antes de animarme a lavar los residuos de Su Bendita Sangre, que Misericordiosamente se pegaron en mí para remisión de mis pecados.  Ni a los animales en sus sanguinarios circus, Veritelius de Garlla, les tratan tan inclementemente como dañaron a Iesus Nazarenus, un hombre de bien que no hizo mal alguno; y no tan solo eso, sino que repartió bondad aún a las bestias humanas que tan acremente lo trataron.  ¿Cuál Honor Militar de Legionario Romano? Hasta las bestias del desierto saben cuando ya no atacar y dejar morir a su presa; sus soldados no, Tribunus Legatus; ellos no tienen medida ante el sufrimiento de una víctima indefensa.  ¿De qué iustitia habla, Veritelius?, ¿de la que promulga el Derecho Romano que lleva al martirio de la crucifixión a un hombre inocente?, ¿o de la que, quien debe procurarla, su Procurador, no es capaz de aplicarla?  Solo la Iustitia Divina podrá redimir esa infamia humana, Veritelius de Garlla, solo la Iustitia Divina.

–        ¿Y de qué forma esa Iustitia Divina podrá lograrlo, Simón de Cyrene?

–        Haciéndonos todos Discípulos de Iesus Christus, Tribunus Legatus, bautizándonos en Su Nombre y siguiendo Sus Santos Ordenamientos; solo así podríamos borrar la maldad cometida por el Príncipe de las Tinieblas y sus operarios humanos, que ahora fueron sus hombres, Veritelius.

–        ¿Quién es el Príncipe de las Tinieblas, Simón de Cyrene?, le pregunto.

–        Satanás el Diablo, Tribunus Legatus, el Maligno, el espíritu impuro enemigo del Hijo de Dios Vivo; del Bien y de la Verdad.

 

La respuesta me ha dejado realmente confundido por la elevación que implica y mi absoluta falta de conocimiento al respecto.  No hay siquiera un ápice de rencor en él; habla con la paz de alguien que se siente fuera de este mundo, alguien que ha alcanzado otro esquema de percepción de las cosas, de los acontecimientos y, sobre todo, del futuro.  El nivel místico de este hombre está por encima de cualquier cosa que yo pueda intentar; nada hay que yo le pueda decir que ayude a ‘comprender’ lo que sucedió; porque lo que sucedió fue inadmisible, ilegal e injusto, esa es la verdad.

–        Dígame, Simón de Cirene, ¿qué puedo yo hacer, en nombre del Emperador Tiberio Julio César, para remediar lo sucedido?

–        Nada, Tribunus Legatus, nada puede Usted hacer.  ¿Qué poder tiene Usted para devolverle la vida a Iesus Nazarenus; o para borrar de mi pensamiento y mi corazón el terrible sufrimiento al que se le sometió?  Ninguno, Veritelius, ni Usted ni el César pueden hacer nada para quitar la amarga pena que a mí y a miles de seguidores del Christus nos embarga ahora.  Sin embargo, Iesus Christus sí tiene poder sobre el mal, pues a Resucitado para Gloria de Dios.

–        Tiene Usted razón, Simón de Cyrene, en ese sentido nada puedo realizar, pero ¿cómo podría yo resarcirle a Usted y a esas miles de personas de las que habla?

–        Permitiendo que se Predique el Evangelio, La Buena Nueva de la que habló el Señor. ¿Puede Usted garantizar eso, Tribunus Legatus? ¿Estaría dispuesto el Emperador a Predicar el Evangelio?

–        Sí, Simón de Cyrene, Tiberio César estaría dispuesto, pero no sabe cómo hacerlo; no sabe con quién hacerlo.

–        Sí sabe, Veritelius de Garlla; para eso está Usted aquí, para eso es su enviado y representante; para hacer posible que se difunda El Evangelio de Iesus Nazarenus, El Christus.  Para llegar a ser un Apóstol Gentil.

 

Estas palabras ya las había oído antes; me las dijo el Sacerdote Theodorus en Capreæ, pero no tengo ni la menor idea de lo que significan; en eso estoy pensando cuando oigo al Cyreneus continuar:

 

–        Usted puede permitir e impedir, construir y destruir, Tribunus Legatus; eso es lo que significa su Poder Plenipotenciario recibido del César, ahora solo úselo.  Dentro de sus limitaciones humanas que tiene respecto del Espíritu, pero con las ventajas que su posición de poder terrenal le da, que ha venido del cielo para Honra y Gloria de Dios nuestro Señor; permita que Christus hable a través de sus Apóstoles y discípulos; impida que lo que ha sucedido se vuelva a presentar; construya o ayude a construir una base sólida para la predicación del Evangelio; impida que esto sea destruido por el Maligno.

–        Yo tengo instrucciones, Simón de Cyrene..., y me interrumpe al instante.

–        Y yo las conozco, Veritelius de Garlla: que se restablezca el honor que haya perdido Roma; que se haga iustitia con la aplicación de su Legis; que se garantice la convivencia de los ofendidos y que quede evidencia escrita de tales cosas. ¿Cómo lo hará Tribunus Legatus?

–        No lo sé, Señor, le digo a Simón de Cyrene ante el portento demostrado por sus poderes, que me superan y trascienden, no lo sé.

–        Vaya a Jeru-salem y aplique todo el rigor de su Lex. Hable con Simón Pedro, el Principal de los Doce quien ya le está esperando; él le dirá qué hacer para su ayuda.  Mis dos hijos, Alexandro y Rufo están allá; yo fui enviado a mi patria después de Pentecoste para predicar a Christus Resucitado.

–        Perdóneme, Simón de Cyrene, pero no he comprendido lo que me ha dicho; ¿Iesus Nazarenus ha resucitado, no está muerto?, ¿Qué es Pentecoste?, ¿Quién es Simón Pedro?

–        Iesus Christus vive; ha resucitado y ahora está pleno de su Gloria de Dios inmortal; ya nada podrá contra él.  Ni el Mal ni el Maligno, porque lo ha vencido a la muerte y ha redimido al Mundo.  Pentecoste fue el momento en que se derramó el Sanctus Spirîtus sobre los que aceptamos a Iesus Nazarenus como el Christus.  Ahora estamos en Cyrene, Capadocia, Panfilia, Frigia, Roma y todos los lugares conocidos; la obra del Señor se ha multiplicado grandemente y la Salvación es un hecho.

–        Simón de Cyrene, por favor instrúyame sobre esto que no sé y no entiendo y que Usted con tanta sabiduría y espiritualidad maneja.

 

Ha salido el Sol; el buen hombre de Dios está tan fresco como hace seis horas que empezamos y no ha dejado de hablar acerca del ‘Ministerio de Iesus Nazarenus’.  Pareciera que él solo es la materialidad de algo que hay atrás con todo ese poder que solo tienen los elegidos, los hijos de los dioses, los mismos dioses.  Todos se han ido ya y él y yo seguimos en el mismo lugar en donde fuimos presentados por Camito Apión, Procurador de Cyrenaica.  He escrito tantos nombres, que si no hubiese tenido el atino de anotarlos, ya se me habrían olvidado.

 

También le he preguntado acerca de Anás y Caifás, los llamados ‘Sumos Sacerdotes’ y me ha contado todo respecto a ellos y al Sanedrín Iudarum y a cómo hicieron para que Poncio Pilatus fallara tan cruelmente en contra de Iesus Nazarenus.  Este hombre verdaderamente tiene algo extraordinario, puede ser Sanctus Spirîtus, tal como él dice, pero yo no comprendo esto; lo que sí sé, es que Simón de Cyrene, ‘el cyreneo’, como él dicen que le llaman, tiene una paz interior que no le he visto a ningún mortal.  Habla de ‘sanctus’ como esos seres extraordinarios con poderes Divinos; yo estoy seguro que él es uno de ellos.

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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,

 

Antonio Garelli

 

 

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Solo por el gusto de proclamar El Evangelio.



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