¡Alabado sea Jesucristo!
Ciudad de México, Junio 2 del 2016.
Veritelius de Garlla, Apóstol Gentil.
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CAPÍTULO TERCERO
Operâris, opêras, operândum
Insûla Capreæ, ‘Novus Villa Garlla’
Iunius XXII
Año XX del Reinado de Tiberio Julio César
La mañana es calurosa, pero con la brisa marina que sopla de vez en cuando, refresca un poco; iré a caballo hasta el Templo de Iuppiter, Iuno y Minerva, a cuatro millas de distancia, en donde me reuniré otra vez con Tiberio Julio César. Seguramente más recovecos acerca del ‘Christus Mandatus’ y lo que él piensa y siente de este asunto (por cierto, lo primero que le preguntaré es qué significa ‘Christus’, no puedo seguir con la duda). Para mí galopar en lugares como estos es extasiante; el aire que penetra mis pulmones pareciera que los ensancha más, como que les da más fuerza y resistencia. Llego al pié del Monte Solarum en donde me reciben dos Guardias Pretorianos con saludo de honor al canto:
– ¡Ave Tiberio Julio César, Tribunus Legatus!,
– ¡Ave César!, le respondo.
– Tribunus Legatus, el Emperador le espera en el interior del templo.
– ¿Hace mucho tiempo que han llegado?, le pregunto.
– Sí, Tribunus Legatus, antes del toque del final de la última vigilia; pero siempre es así. El Emperador comienza el día con una rutina de rezos a los dioses, junto con el Sacerdote Theodorus Cautonia.
La construcción es bella como pocas se hayan visto: solo mármol blanco en cuanta piedra tiene; las columnas estilo Corintio acanaladas de la base al capitel que remata con sus hojas de roble, a una gran trabe profusamente esculpida con guirnaldas de olivo. Contra la costumbre, este edificio tiene su frontón en la parte larga, australis, con la entrada frente a una gran plataforma, producto del devaste del cerro a un solo nivel, adoquinada con pequeñas lajas rectangulares de mármol verde que se funde con la hierba del final de la misma. La escalinata de acceso, que deja dos podium a los lados, tiene veinte escalones blanquísimos que llegan a un pronaos, del largo del Templo. Los dinteles de la puerta de entrada tienen flores y hojas tan variadas y tan bien esculpidas, que dan ganas de tocarlas. Y los techos con marcos romboidales tallados magníficamente, lo hacen a uno mirarlos fijamente. Estoy por cruzar el umbral cuando la voz de Tiberio que sale del interior, me detiene al escucharla:
– ¡“Verito”!, me dice, has llegado temprano, buen hombre. Pasa, hay alguien a quien quiero que conozcas.
– ¡Divino Tiberio César!, que gusto escucharle, respondo yo.
Desde el pórtico, más un pasillo perimetral, descienden dos escaleras entre las gradas de maderas preciosas y aromatizantes, que hacen un semicírculo mages-tuoso, de frente a las impresionantes esculturas de los tres dioses; en cada fila se cuenta con reclinatorios individuales para las abluciones de cada persona.
– Tribunus Legatus Veritelius de Garlla, es un honor para mí conocer al hombre en el que más confía nuestro Emperador. El comentario sí que logró sorprenderme, pero respondo:
– Sacerdote Theodorus Cautonia el honor y gusto es mío.
– ¿Cómo supo mi nombre?, me cuestiona.
– Me lo dijeron allá afuera, señor.
– Ya te lo he dicho Theodorus, este hombre es más astuto que todos juntos; incluidos tú y yo. Sonríe de buena manera el César, mientras yo desciendo hasta el nivel que ellos se encuentran. Al mismo tiempo me percato de las colosales estatuas de Júpiter, Minerva y Jano; las que, casi podrían hablar por la naturalidad y maestría artística que han logrado sus escultores.
– La misión que le ha encomendado el Emperador, Tribunus Legatus, es la más importante de todas cuantas haya usted realizado o vaya a realizar; me dice el Sacerdote Romano, pues la investigación que Usted hará, es en pos de una noble causa, es el producto de la vida del Hijo de Dios en la Tierra, de Iesus Christus.
– Dígame, sacerdote Theodorus, ¿por qué llaman a Iesus Nazarenus, Christus, y ahora usted se ha referido a Él como El Hijo de Dios?
– Mi querido Tribunus Legatus, me dice el hombre como apiadándose de mi ignorancia, Christus es la voz griega para ‘mashiaj’ o Mesías en hebreo y significa “El Ungido”; y yo le identifico mejor aún, porque sé que Él es el Hijo de Dios.
– Y cómo sabe usted, Sacerdote Theodorus, le inquiero, ‘que Él es el Hijo de Dios’; y además, de qué dios estamos hablando.
– Mi querido “Verito”, ésta es otra de las razones por las que quiero que vivas en Capreæ, porque este hombre no saldrá de aquí mientras yo viva y porque él te podrá ilustrar todo acerca de cuanto tú debes saber para el cumplimiento del ‘Christus Mandatus’, interviene Tiberio de inmediato; a partir de hoy te puedes quedar todo el tiempo que quieras con nuestro querido Sacerdote Theodorus Cautonia, agrega el Emperador, y usarle todo el tiempo que desees, claro, siempre que yo no lo necesite; él estará fascinado de ayudarte. Y ahora les dejo, yo tengo que atender asuntos de Estado que exigen mi presencia; pero ustedes sigan, que mucho bien les hace a ambos. Solo recuerden una cosa: lo que hagamos o dejemos de hacer por el Christus Mandatus, la historia humana nos lo reclamará y el Hijo de Dios nos lo juzgará.
Tiberio César nos deja subiendo pesadamente la escalinata del graderío del templo hasta la salida, en donde le esperan ya el General Fitus Heriliano y sus guardias pretorianos, quienes inseparablemente le acompañarán durante todo su día de Emperador. Justo cuando llega al pasillo perimetral, voltea para despedirse con una seña de su mano; y yo no resisto entonar el más sublime saludo que conozco:
– ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar, Imperator Maxîmum!
– Ave, responde él sin ningún ánimo.
– Venga Tribunus Legatus, hay algo que he mandado hacer para Usted y que quiero entregarle, me dice el Sacerdote Romano; es una pieza única de literatura sagrada que seguramente Usted valorará merecidamente.
Caminamos por la parte de atrás del altar de los dioses del templo y, bajando unas escaleras, llegamos a una habitación con una gran ventana que tiene la más espectacular vista del bellísimo Mare Nostrum iluminado por el Sol; una marina exquisita de azules, verdes y blancos; del vivo azul índigo al celeste en el cielo; y del fugaz turquesa al verde imponente de los cactus de Hispania en el mar; en tanto las nubes de todas formas despliegan blancos y grises de luz que impactan.
– Esto es una copia, traducida al latín, la primera que se ha hecho, de la Torá, el Libro Sagrado del Pueblo de Israel. ¿Dígame, Tribunus Legatus, qué tanto sabe de esta gente?, me cuestiona el hombre.
– Creo que debo responder que muy poco, Sacerdote Theodorus, pues yo ni en sueños tengo los conocimientos de Usted, ni el desbordado ánimo que muestra sobre ellos.
– Pero los tendrá, Tribunus, para Gloria de Dios; y los llegará a manejar tan bien, que será el primer ‘Apóstol Gentil’ que exista. Mi avanzada edad y los muchos males que me aquejan ya no me permitirán verlo, pero estoy cierto de que así será; finaliza diciéndome.
– No entiendo las cosas que dice Sacerdote Theodorus; ¿por qué me llama ‘apóstol’, esto es enviado; y por qué Gentil?
– En ambos casos, mi querido Tribunus Legatus, las palabras están usadas como una distinción a su futura labor; pues así como Iesus Nazarenus ha consagrado a Doce Apóstoles a través de los cuales enviará el producto de su Ministerio, que son a los hombres que Usted debe contactar; Usted lo hará posible en todo el Imperio y mucho más. Y le digo Gentil, porque eso es lo que Usted y yo y todos los que no seamos judíos, seremos siempre para ellos: gentiles, extranjeros, gente que no profesa su religión, paganos, para mayor identificación.
– Estos son muchos libris, Sacerdote Theodorus; ¿todos son la Torá?, le pregunto sobre los volúmenes que se encuentran dispuestos en un tabulari sujeto a la pared de la habitación.
– Sí Tribunus, me responde, son los cinco libros del Pentateuco: el Génesis, el Éxodo, el Levítico, el Números y el Deuteronomio; además, de algunos comentarios de la Mishná, que es una redacción de las tradiciones orales del pueblo judío para interpretar La Ley. Le servirán mucho en su nuevo trabajo, estoy seguro, Veritelius de Garlla.
– Bueno, Sacerdote Theodorus, creo que por hoy ya he tenido suficiente, además, he de preparar muchas cosas ‘más materiales’ para este encargo del Emperador Tiberio; le digo a mi anfitrión como despedida. Estoy muy agradecido con Usted por su amable atención y, como veo que ya lo sabe, cuando habite en esta isla junto con mi familia, estaré muchas veces con Usted, aprovechando sus vastísimos conocimientos.
– Tribunus Legatus, Veritelius de Garlla, para mí es un honor haberle conocido y saber que será usted este ‘Apóstol Gentil’ que Dios demanda; no tarde mucho en venir, pues yo pronto partiré al limbo, y ojalá sea al ‘Reino de los Cielos’.
– No entendí, Sacerdote Theodorus, le digo de inmediato.
– Ya entenderá, Tribunus Legatus, ya entenderá; me dice el hombre con su habitual paz interior. ¡Shalom!, Veritelius. Mis sirvientes llevarán sus libris al Palacio de Oriente.
– ¡Ave Tiberius Iulius Cæsar!
Al salir del Templo, me doy cuenta que Tadeus está en la plaza junto con los Pretorianos, aguardando mi arribo; todos me saludan de rigor y partimos de inmediato. Tadeus me informa de algunas noticias:
– Han llegado varias cosas al Palacio de Oriente para usted, Tribunus Legatus; es un cofre y un estuche de piel, están en custodia de los hombres en el mismo lugar en donde las dejaron los Pretorianos; los envía el Emperador y están selladas con lacre con el anillo de Tiberius Iulius Cæsar, Señor.
– Ya veremos de qué se trata, Tadeus, ¿qué más?, le comento.
– Señor, la liburna blanca que nos trajo desde Ostia ya no está en el puerto, ahora hay una, sin pintar, pero sin haber sido usada, en donde está toda la tripulación de la otra, Tribunus Legatus. Allí se encuentran nuestros hombres y nuestras armas también; me dice todo con una gran preocupación en su voz, como anticipando algo grave.
– No te preocupes, Tadeus, le digo, si esos cambios han ocurrido, solo los pudo haber ordenado un hombre, al cual estamos sujetos todos, el Emperador; y ejecutado otro que aquí es primus pilus pretoriano, el General Fitus Heriliano. Así pues, ya veremos de qué se trata todo esto. ¿Qué más Tadeus?, le pregunto.
– Hemos revisado por órdenes del General Pretoriano todo el Palacio de Oriente, Señor; está tan limpio que se ve como recién construido y tiene todo cuanto Villa Garlla posee; pero mucho más Tribunus Legatus. No hemos encontrado nada desfavorable. Nos ha dicho el General Fitus Heriliano que esa será nuestra próxima morada; ¿cómo debo interpretar eso, Tribunus Legatus?
– Como te lo han dicho, Tadeus; nos mudaremos todos aquí. Le respondo al asombrado hombre. Ahora llegando a la Villa se los explico a todos.
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Afectísimo en Cristo de todos ustedes,
Antonio Garelli
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